Por sus amplias y complejas temáticas, resulta difícil –quizás injusto– reportar desde una sola arista el reciente Simposio CubaTrabaja 2025, no obstante, y por las valoraciones expresadas allí sobre el trabajo social y quienes lo ejecutan, asumo que constituyeron epicentro de un excelente análisis basado en su importancia ante las realidades, fragilidades y deseos pendientes que exhiben el trabajo, la seguridad social y el desarrollo sostenible.
Existe consenso de que necesitamos la profesión del trabajador social, pero hasta ahora las respuestas han sido emergentes y poco proactivas, más bien asistencialistas y burocráticas, en las que aún prevalecen la inercia y la falta de un acuerdo para la teoría que la impulsa.
Tal afirmación, valorada con toda crudeza en el Simposio organizado por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) dio paso a interrogantes que exigen contestas tanto de este como de otros organismos decisores: ¿qué tipo de trabajo social y de trabajador social requiere el país?
Conducido por varios doctores en Ciencias, el panel dedicado a esta temática analizó cómo ambas categorías han sido instrumentalizadas por una política social con la que más que todo debería dialogar críticamente a fin de transformar la realidad.
Para ello, los asistentes –trabajadores sociales en su mayoría– reclamaron la dignificación de ese empleo, un camino emprendido al elevar la profesión a categoría de carrera universitaria, pero aún no concluido y con numerosas distorsiones y flaquencias.
Estos profesionales tienen que conocer de leyes, de sociología y antropología, de comunicación social, de los beneficios recibidos por el cubano a partir de 1959, “también del fatal igualitarismo que nada tiene que ver con equidad, y saber, para que no lo manden a hacer, lo que no es trabajo social”, afirmaron.
Para transformar y enaltecer esa actividad, entre otros asuntos, hay que entender que el trabajador social no da sábanas ni colchones ni cocinas de inducción, y aunque su impacto es decisivo en las condiciones materiales y espirituales actuales, no tiene que decomisar carretillas a ilegales, ni ocuparse de la declaración jurada de ingresos personales ni repartir módulos que en las bodegas se entregan a los asistenciados, ni en tiempo de elecciones tocar puertas a las personas para las votaciones. No es su función.
Su acción es transformar estilos, modos de vida, cambiar espiritualidad y malas formas de pensar, para lo cual tendrá que ir a las causas que generan el problema y dejar de poner parches a las realidades que lo circundan.
Se lograría con ciencia, inteligencia, creatividad e innovación, no solo del MTSS, sino intersectorialmente con perspectivas que favorezcan el quehacer colectivo de quienes actúan en la comunidad y trazan la estrategia de desarrollo territorial, a lo cual debe añadirse una fuerte y continua participación popular, pues la responsabilidad es de todos.
Se afirmó en el Simposio que el trabajador social es el brazo extendido del Estado, el mediador entre este y las personas, su cara ante ellas, de ahí que cuando lo amerite digan: “Estado, esa política social que hacemos no se parece en nada a la realidad que estamos viviendo”.