
La vida de los cubanos desde hace meses es puro empeño de empinarse a diario sobre las dificultades más duras. Cuando alguien recorre de Guantánamo a La Habana encuentra caras muy fuertes y rasgadas por las carencias, pero también curtidas y dispuestas a enfrentar esas pruebas, que bien valdrían un monumento a la resistencia y a los valores sembrados por la Revolución.
Apagones de más de 20 horas en muchas provincias; precios casi prohibitivos para productos tan básicos como pan, huevos, pollo o aceite; poco o casi nulo transporte estatal; colas enormes en cajeros que tienen dinero hasta el mediodía; bajo uso de la bancarización y un peligroso y único modo de informarse: a través de redes sociales (la televisión, la prensa impresa y la radio son bien difíciles sin electricidad) conforman un panorama recurrente.
El gran reto para empinarse no está en seguir apostando y defendiendo este proyecto social solo por su pasado glorioso y los logros incuestionables que hemos alcanzado en 66 años en muchos sectores, sino también en ponderar el humanismo, sensibilidad y las historias de vida de quienes se levantan cada mañana a trabajar, después de noches lavando o cocinando, o simplemente durmiendo en las terrazas o portales de las casas por el sofocante calor.
Si bien la construcción de los parques fotovoltaicos va con el pie en el acelerador; las producciones de plátanos crecen con un líder como la empresa avileña La Cuba; y las ofertas del verano se diversifican para que no sean únicamente playa, sol y bebidas; todavía queda mucho por hacer a las organizaciones de masas y políticas, a los gobiernos locales y a todos los actores de cada territorio para acompañar ese gesto empinado y consciente de amar a Cuba con la misma fuerza que el poeta la definiera como la primera Perla del collar del Caribe.
Así vamos todos. Así la vivimos. Y sin lamentos ni tristeza nos empinamos, tal y como Mariana Grajales les pidió a sus hijos.

