La Habana, Cuba entera, enfrenta una crisis crónica de transporte que afecta a miles de habitantes diariamente. Con una flota de autobuses obsoleta y una escasez aguda de repuestos debido al bloqueo económico y a las dificultades internas, los viajes se han convertido en una odisea para muchos. Los ciudadanos deben esperar horas en paradas abarrotadas, donde los vehículos llegan con irregularidad y, cuando lo hacen, viajan atestados de pasajeros. Esta situación ha llevado a muchos a depender de alternativas informales, como los «boteros», aunque a precios que no todos pueden pagar.
El gobierno cubano ha intentado paliar el problema con medidas como la importación de buses nuevos de China y Rusia, así como la promoción de bicicletas y coches eléctricos. Sin embargo, estos esfuerzos son insuficientes para cubrir la demanda de una ciudad con más de 2 millones de habitantes en la capital. La falta de combustible y las constantes averías de los vehículos agravan la situación, especialmente en municipios alejados del centro.
Ante esta realidad, los habaneros han desarrollado una gran resiliencia, compartiendo viajes y buscando rutas alternativas. Aun así, la crisis del transporte no solo impacta la calidad de vida, sino también la economía, al dificultar el traslado de trabajadores y estudiantes.
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