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Malestares de ruta

El servicio de ómnibus mediante guaguas arren­dadas ha surgido en los últimos tiempos como una alternativa para paliar las deficiencias del transporte público en Cuba.

Su implementación ha generado un debate in­tenso entre los usuarios, que se preguntan si esta modalidad es una solución efectiva o simplemen­te un parche temporal. No pocos han reportado conductores que manejan a excesiva velocidad, frenan bruscamente, ignoran paradas estableci­das, alteran rutas sin previo aviso, en tanto hacen estancia donde “los dueños” entienden o tienen intereses personales alargando en extremo y de manera desesperante las horas de viaje. En resu­men: maltrato sin opciones.

Regularmente un viaje de La Habana a Ba­yamo, por ejemplo, demora alrededor de 12 horas; sin embargo en un servicio de guagua arrendada puede durar entre 15 y 17 horas, según experien­cias propias. A los clientes nos queda solo la re­signación, pues ante el reclamo que corresponde se manifiestan los “puede bajarse si lo desea”, “nadie la obligó a montarse aquí” o “no se queje tanto que la cosa está mala donde quiera”.

A esto se suma la sobrecarga de pasajeros y en no pocas ocasiones la falta de condiciones mí­nimas de higiene, comodidad y confort.

Están a su vez los precios elevados —mucho más altos que el servicio estatal— y la falta de regulación clara en ese sentido que han dejado a no pocos usuarios en desventaja, especialmente a aquellos con menores recursos. Un viaje desde la capital cubana hasta las provincias orientales puede tener un costo entre los 5 mil y hasta 10 mil pesos por persona: ¿podrá ser entonces la so­lución para una familia con ingresos que provie­nen del empleo con el Estado?

Resulta molesto también el uso desmedido de música a volúmenes ensordecedores, en varios casos con canciones de muy mal gusto y obsce­nas, sin considerar el horario (noche-madruga­da) o la incomodidad de niños, ancianos, mujeres (quienes son denigradas), personas con otras pre­ferencias musicales o que simplemente buscan un viaje tranquilo.

Pese a las quejas, no existe un control rigu­roso sobre estos servicios. Las autoridades deben fiscalizar no solo los precios, sino también las condiciones del viaje, el comportamiento de los choferes y la consideración hacia los usuarios. Mientras no haya una supervisión constante, se­guirán predominando el abuso y la indisciplina. No debemos seguir transitando por rutas equi­vocadas.

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