Estiró el brazo y la aguja entró segura a la vena precisa. El líquido rojo para llenar la bolsa salió fluido y limpio. En unas horas ese gesto solidario salvaría al paciente operado de urgencia, a la madre complicada con una hemorragia tras el parto o simplemente al niño que llegó con baja hemoglobina y una fuerte neumonía al hospital pediátrico.

Las donaciones de sangre son expresiones de entrega que la poesía no puede describir con más belleza, porque son ellas mismas un verso rimado con humanidad. Cuba tiene una larga tradición en el período revolucionario, que data desde el primer Banco de Sangre inaugurado por Fidel el 23 de marzo de 1959, hasta el donante voluntario que leerá estas líneas después de levantarse de la camilla con el brazo recogido y con apenas un algodón.
Por estos días y hasta el próximo 14 de junio, vivimos una jornada que incentiva ese altruismo bajo el llamado de que Donar salva vidas. Trabajadores de los diferentes sectores, estudiantes, campesinos, cubanos todos, podemos sumarnos a un acto de intrínseca sensibilidad, pues además de servirle a otra persona se puede usar el plasma para la realización de vacunas, tal y como ocurrió cuando la COVID-19 ensombreció nuestro andar.
Quizás los estímulos mayores para quienes donan con frecuencia o al personal de salud encargado de esta tarea no sean precisamente los diplomas o entrevistas periodísticas esta semana. Su más preciado tesoro es saber que extendieron la vida de otro ser humano, que lleva desde ese momento la hermandad más allá de los apellidos.
No pierda tiempo ni se deje confundir con campañas odiosas sobre esta demostración de buena fe. Estirar el brazo y dejar que la aguja entre segura a sus venas es una mínima contribución a la salud, al bienestar y a la vida de una persona, pero también a los valores de solidaridad y entrega de una nación desde sus hijos más queridos.