Hay personas que, aunque la vida les depare sendas difíciles y a veces injustas, dejan una huella indeleble en quienes las rodean. Así fue Nora Susana López Díaz, a quien tuve el privilegio de conocer cuando ambos éramos jóvenes estudiantes de periodismo en la filial de la Universidad de Oriente en Camagüey, allá por la segunda mitad de los años 70. Ella me llevaba cuatro años, pero desde el primer día nació entre nosotros una amistad sólida, de esas que resisten el paso del tiempo y las adversidades.
Nora era una profesional con curiosidad desbordante. Amaba el periodismo y lo ejerció con pasión en su querida Ciego de Ávila, donde su nombre se hizo sinónimo de entrega y dedicación. Fue fundadora del periódico Invasor y de la revista de la Asamblea Provincial del Poder Popular, y más tarde, en Radio Surco, su voz se volvió familiar y entrañable para generaciones de avileños. Tenía un instinto agudo, quizás imbuida por cierta pasión provinciana, por la farándula. Su mirada siempre estaba atenta para descubrir y entrevistar a artistas y personalidades de la cultura que visitaban su ciudad, al acecho de una buena historia, de un testimonio, de una emoción que contar.
Pero detrás de la periodista incansable, había una mujer de corazón sensible. Siendo joven, no soportaba a los gatos, pero la vida, con su ironía, le regaló un incidente simpático que la convirtió en defensora y cuidadora de esos animales. Llegó a tener varios felinos y se preocupaba por alimentar a los que vagaban por su barrio, compartiendo con ellos el cariño que le faltaba de los humanos.
Tras la muerte de su abuela Ignacia, de su tía Rosa y de su madre Ruco —con la que no convivió desde que era niña— los únicos seres que la amaron y la mimaron, Nora quedó sola. La jubilación apenas le alcanzaba para sobrevivir, y sus familiares lejanos la relegaron a un cuartucho donde convivía con sus recuerdos, sus añejos y rotos equipos electrodomésticos y tarecos llenos de moho por los salideros del techo cuando llovía, junto a su inseparable perrito peludo, único compañero fiel en sus últimos años. Apenas podía moverse entre tantos trastos ya inservibles.
La mente comenzó a fallarle, era imposible sostener la cordura ante tantos sufrimientos y desgracias. Caminaba por las calles, casi ciega —padecimiento que sufrió toda su vida—, y era motivo de compasión entre vecinos, radioescuchas y colegas que nunca olvidaron su legado.
La UPEC intentó ayudarla, ofreciéndole un asilo, pero Nora, orgullosa, se negó. Prefería la libertad de su miseria a la seguridad de una institución. Y así, deambulando entre la soledad y la nostalgia, llegó el día en que la muerte en ruedas, en forma de motorina a alta velocidad y conducida por un irresponsable adolescente, la sorprendió en plena calle. Cayó en coma y nunca más despertó. Su lucha final coincidió, caprichosamente, este sábado, con la víspera de su cumpleaños 75.
Hoy, quienes la conocimos y la quisimos, lloramos su partida. Pero también celebramos su vida y su entrega. Nora Susana López Díaz fue, es y será siempre una voz imprescindible de Ciego de Ávila. Descansa en paz, Norita. Tu memoria vivirá en cada historia bien contada, en cada micrófono encendido, en cada gato callejero y en cada corazón agradecido por tu amistad.


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