Con la respiración todavía entrecortada por el calor y la premura con la que se bajó del caballo, el sexagenario campesino me dio cifras exactas de sus tierras, en decimales incluso. Precisó que tenía 129 cabezas de ganado mayor, 14 de ellas en ordeño y una producción de poco más de cinco litros de leche diarios por vaca.
Pero el recuerdo es más insistente porque tras la entrevista y el periplo por la finca, nuestro equipo de trabajo se dirigió al gobierno local para conocer otros datos, necesarios para la labor reporteril, sin embargo, los esfuerzos fueron en vano.
El funcionario a cargo de la esfera agropecuaria no pudo decirnos la cantidad de ganaderos que tenía el municipio, ni encontró en su oficina ningún documento al cual echar mano para responder a esa simple pregunta de la prensa. ¡Vaya, que ni un estimado pudo ofrecernos!
Llevaba “solo tres meses en la tarea” fue la justificación, que dejó un sabor agrio, como de leche cortada… ¿Era posible en un municipio eminentemente agrícola y ganadero no tener contabilizado el potencial productivo para tributar leche destinada a bodegas y a la industria? Por eso, excluyendo al campesino de marras y quizás algunos más, las cosas andaban como andaban.
Desconocimientos similares, que evidencian falta de responsabilidad en el cargo o función que se ejerce, los he visto multiplicarse pasmosamente en diferentes sectores y niveles, a menudo claves para enderezar una economía que no puede permitirse olvidos ni contabilidades al azar.
¿Puede transformarse un problema que no ha sido bien evaluado? ¿Será posible dirigir y encauzar procesos entre la ignorancia de informaciones imprescindibles para la toma de decisiones?
Los números, como las palabras, cuentan historias, develan tendencias, señalan caminos. Como ya se sabe, la información, cuantitativa o cualitativa es poder. Ignorarla o inventarla, sobre todo en la base, equivale a estar en las nubes y empujar la economía al piso.