Fotos que capturan el latido de una ciudad detenida en el tiempo, pero vibrante en cada detalle.

En las calles empedradas de Trinidad, el sol juega con los colores pastel de las casas coloniales, y el aire lleva el eco de un tres cubano. Aquí, la vida se mece entre lo eterno y lo efímero: El aroma a café recién colado se mezcla con el salitre del Caribe cercano.

Cada rincón guarda un relato, en la plaza, los vendedores despliegan sus carteras de hojas de palma bajo la mirada curiosa de los turistas. Hasta los balcones oxidados, testigos silenciosos de siglos, florecen con geranios rebeldes que asoman entre rejas.

Esta es la Trinidad que no aparece en las postales: donde el panadero de la esquina silba un son al amanecer, donde los caballos cargan más que leña —llevan sueños, prisa, rutinas—. Un museo vivo que no necesita vitrinas, porque su magia está en lo cotidiano.






excelente trabajo juaco