El Primero del Treme
Paquito
Lo de Trivaldo González y García con el Primero de Mayo era una obsesión muy seria que lo marcó desde pequeño. Mucho antes de que sus amistades le apodaran Tremebundo, y luego se lo achicaran como el Treme, sus padres salían ese día para la Plaza de la Revolución en caminata desde Centro Habana, pero nunca llegaban al desfile. Para tristeza del niño, su familia se quedaba en casa de una prima que vivía cerca de la avenida Paseo, y lo veían todo en blanco y negro por el televisor ruso de la época.
Por eso, cuando el Treme creció se comprometió a nunca faltar a la que siempre ha sido su marcha preferida. Allí incluso conquistó a su primer amor juvenil. Ella iba muy oronda con un cartel que decía algo así como Pa’ lo que sea, contigo; y él con otro que rezaba Te quiero Productiva y Eficiente. Y al unir sus pancartas fueron felices por lo menos durante dos o tres Primeros de Mayo. Hasta que apareció otro tipo que le quitó la novia en otra concentración, por culpa de aquella consigna de que El que no salte es yanqui, justo cuando el Treme se recuperaba de un esguince en un pie.
Con el paso de los años, el Treme asimiló el Primero
de Mayo con más madurez y organización, sin perder un ápice de pasión. Preparaba con tiempo lo que ahora la juventud llama el outfit para el desfile: su gorrita y pulóver alegóricos; una banderita cubana de papel, bien reforzada para que no se despegara del palito; mochila y pomos de agua y con refresco de paquetico; el pan del 30 de abril en una jabita de nailon, en fin, lo primero que encontrara.
A veces iba con la gente de su trabajo o salía de madrugada en alguna guagua desde el lejano reparto donde vivía. Incluso más de una vez se fue de paseo la noche antes con las amistades del barrio, pero empinó mucho el codo y durmió la mona —literalmente— en Paseo.
Así que ustedes entenderán la alegría que sintió el Treme cuando en este año 2025 volvió a marchar por la Plaza. Iba con la emoción del reencuentro, aunque sin el desasosiego de cuando era joven. Pero de pronto, en medio de la gran multitud, descubrió aquellos ojos verdes, dignos del conocido bolero, que le hicieron un guiño coqueto y le mostraron un cartelito seductor: Por Cuba, ¿juntos creamos?