La mañana del pasado jueves soplaba una brisa fresca dispuesta a acariciar a los niños y jóvenes que llegarían a la Plaza por primera vez y también a quienes lo harían de forma habitual, como en las últimas tres o cuatro décadas de sus vidas.
Y aun cuando parecía un día normal de Primero de Mayo en Cuba, se respiraba una ilusión vibrante, un romance retomado entre la histórica Plaza de la Revolución y los que regresaban luego de la pausa provocada por la pandemia de Covid-19. Dispuestos a amar otra vez estaban las figuras del Apóstol y miles de cubanos y amigos de más de una treintena de naciones que se reunieron a su sombra. Fieles a sus ideas y defensores de estas se erigieron las imágenes de Camilo, el Che y el eterno Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien nos legó en igual fecha, pero del año 2000 el concepto de Revolución que ha sido hasta el día de hoy luz para abrirnos paso y defender las raíces de nuestro patriotismo.
Banderas de toda América y otras naciones se alzaron junto con un sinfín de carteles y consignas que hicieron de l Día Internacional de los Trabajadores una verdadera fiesta.
Y en cuadro apretado “como la plata en las raíces de los Andes” tal cual soñó Martí, pueblos hermanos de la Mayor de las Antillas se abrazaron para abogar por el cese del injusto y recrudecido bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos a Cuba.
Asimismo, desde los corazones de los 600 capitalinos que desfilaron, brotó una vez más el reclamo solidario de poner fin al cruel genocidio contra el Estado de Palestina, que ha derramado tanta sangre de madres, niños y ancianos.
Con el alma estremecida comprendí lo que representamos para muchos; Cuba es sinónimo de libertad, igualdad, resiliencia y entereza. Somos un enorme estandarte de soberanía e independencia, la prueba contundente de que un mundo mejor es posible, y por eso junto a este ejemplo andan incontables amigos.
