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El doctor Antonio José Romay, médico de los estudiantes de Medicina en el presidio

En noviembre de 1871, 45 jóvenes estudiantes de Medicina fueron acusados de profanar la tumba del periodista español Gonzalo Castañón y Escarano. En un amañado juicio, dos quedaron absueltos, ocho condenados a la pena mayor y los otros 35 sancionados a diferentes años tras las rejas. El 27 de noviembre, a  las cuatro y veinte minutos de la tarde, soldados españoles cegaron la vida de los ocho estudiantes, mientras sus compañeros desde la prisión escuchaban aterrados los disparos.

 

 

De los sancionados a presidio, 11 fueron condenados a seis años, y 20 a cuatro; todos ellos, ubicados en el Presidio Departamental, eran obligados a picar piedras en las canteras de San Lázaro. Los 4 condenados a seis meses de reclusión, quedaron como simples presos en la cárcel de La Habana. Vale señalar que tanto el Presidido Departamental como la cárcel de La Habana ocupaban el mismo edificio.

El primer médico que atendió a los 31 jóvenes en aquellas celdas del Presidio Departamental fue el doctor José Rafael Valdés, galeno de conducta reprochable, según Fermín Valdés Domínguez «uno de los hombres más miserables de cuantos conocimos entre los que en el Departamental ocupaban algún cargo oficial». Luego fue sustituido por el doctor Antonio José Romay y Raimundi quien honró su bata y su estetoscopio comportándose a la altura de una profesión tan humana y ganándose el cariño de aquellos jóvenes injustamente condenados.

El doctor Romay y Raimundi era sobrino del ilustre médico Tomás Romay y Chacón, pionero de la vacunación antivariólica en Cuba. Aunque su formación era inferior a la del médico que sustituyó, pues se había graduado como cirujano romancista, su labor asistencial y de apoyo psicológico a los jóvenes estudiantes de Medicina fue realmente admirable. El título de cirujano romancista se le había otorgado el 23 de junio de 1832 por el Real Tribunal del Protomedicato de la Isla de Cuba.

Cuatro eran las categorías que expedía el Protomedicato para la práctica de la profesión médica: 1. Médicos cirujanos, los que podían por las leyes ejercer toda la Medicina y la Cirugía; 2. Médicos, limitados a la asistencia de las enfermedades puramente internas; 3. Cirujanos latinos, entrenados para atender las enfermedades puramente externas o casos mixtos productos de las internas; 4. Cirujanos romancistas, preparados para asistir a las enfermedades puramente externas y a las internas de los casos mixtos muy urgentes, pero con el deber de avisar de inmediato a uno de graduación superior.

Esta división médica se mantuvo en la Isla hasta 1833, y sus curiosas denominaciones se debían a que los primeros podían cursar textos en latín y los otros en lengua romance, o sea, en castellano. La labor asistencial del doctor Romay y Raimundi se distinguió por el apego a las tradiciones éticas hipocráticas y la profesionalidad en su actuar médico. Los jóvenes estudiantes de Medicina encontraron en sus procederes magníficos ejemplos para sus futuras prácticas.

Las enfermedades que padecían estos jóvenes eran secundarias al trabajo forzado en las canteras de San Lázaro, y claro está que no todas podían curarse solo con los consuelos del buen Romay. El galeno logró que, con alguna frecuencia, los estudiantes más afectados por el recio trabajo pudieran quedarse descansando un día, bajo prescripción facultativa. En ocasiones, para que sus indicaciones médicas no fueran objetadas por algún ayudante, sobre todo si se trataba del capitán español José del Busto y García, quien además hacía funciones de cajero; tenían que darle al practicante llamado Deu un escudo oro por cada uno de los que se quedaban rebajados de servicio.

El doctor Romay y Raimundi, después de varios días de asistencia sanitaria a Fermín Valdés Domínguez, le extendió el certificado médico que avalaba la baja del penal para ser ingresado en el Hospital de San Felipe y Santiago; Fermín padecía de fiebres, y tenía ulcerados los dedos de los pies. El reglamento establecía que a todos los presidiarios enfermos que debían ingresar se les retirara el grillete antes de ser trasladados al hospital. Así pues, fue el propio galeno quien ayudó a retirar el grillete que laceraba a Fermín.

Del hospital escribió Fermín: «en aquella galera que no era otra cosa la sala destinada al presidio ya no había en donde colocar una cama más, sin luz, sin aire, sin el necesario aseo, los catres de tijera hacinados». En el recinto hospitalario Fermín se resistía al proceder operatorio que querían realizarle y solicitaba que lo viera un médico, mas no fue así; el practicante Deu con unas pinzas, «que más que de disección parecían de extraer raigones de muelas», lo hizo sujetar por un enfermero asiático, y le arrancó, con fiereza, cuatro uñas del pie derecho y dos del izquierdo. Años después escribiría Fermín: «Yo no quiero acordarme de aquellos dolores. Pero aún tengo y tendré, la prueba de la torpeza o la maldad de aquel hombre».

A los 50 días de trabajo forzado en las canteras se decidió, por órdenes superiores, que todos pasarían a realizar otras labores. Esta disposición, al parecer, fue resul­tado de las constantes súplicas de los padres, el clamor de la prensa extranjera y las protestas de varios periódicos españo­les. Constituyó, además, el primer paso tomado antes del indulto que los deportó a España. A algunos de los estudiantes se les envió a la Quinta de los Molinos, residencia de verano de los capitanes generales; otros, a los talleres de cigarrería, zapatería, sastrería y taba­quería del propio Presidio Departamental. El médico se despidió, conmovido, de aquellos jóvenes a los cuales ya admiraba.

Antonio José Romay y Raimundi falleció en La Habana el 29 de junio de 1895 y fue enterrado al día siguiente en el cementerio de Colón. Este año se conmemora el 130 aniversario de su deceso. Rindamos tributo al insigne galeno que atendió, con profesionalidad y valentía, a los estudiantes de Medicina injustamente encarcelados.

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