Si un alimento goza de la preferencia de los cubanos es la papa. Su cosecha, distribución y utilización en la cocina es punto de atención y de no pocas polémicas. Por estas semanas es normal ver rastras cargadas del tubérculo, colas hasta altas horas de la noche para comprarlos y por supuesto, papas fritas en muchos sartenes de nuestras casas.
Ha sido grande el esfuerzo de la agricultura y de transportistas en medio de las limitaciones para que al menos una “vuelta de papa” llegue a cada consumidor, no obstante todavía quedan algunos lugares donde quizás los rastros de la codiciada vianda sean sueños por cumplir. A tantas buenas intenciones les siguen saliendo costuras y sombras nada felices.
La variedad de los precios es un arcoíris que no tiene muy clara su explicación. La que está en las placitas o mercados y es racionada por persona cuesta 11 CUP la libra; pero igualmente la hemos visto, en camiones directos y hasta en centros laborales a 80 y 90 CUP la misma medida de peso. Por supuesto, a 150 y hasta 350 similar cantidad en los revendedores, a quienes pocos denuncian con la consabida frase “están luchando, que la compre el que pueda”.
También aparecen quejas reiteradas con las básculas y la prohibición, incluso de que el cliente use sus propias pesas electrónicas. El no tener mercado mayorista para las formas privadas abre el filón a que sacos y sacos se monten en carros o bicicletas eléctricas ante los ojos de los consumidores. ¿Su destino? Paladares, cafeterías y centros de elaboración de comida particulares.
Aunque muchos puedan pensar que exagero, la papa es casi una cuestión de seguridad nacional y todos los rollos o desviaciones de su destinatario final que es el pueblo levanta ronchas. Recuerdo ahora el documental Desafío, de Roberto Chile, en el que Amparo Pérez, en 1992, decía una frase elocuente: “Aunque sea con una papa caliente y un boniato caliente, ¡estoy con Fidel!”. Y luego la repitió en el 2004.
Al buen entendedor… que siga la papa, y sobre todo bien caliente.