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Guerra de desgaste

El delegado de mi circunscripción recibe con frecuencia denuncias de sus electores, en las cuales le mandan nombres y direcciones del negocio que incumple los precios topados de alimentos como el pollo u otros. Él las envía al viceintendente municipal que atiende la econo­mía; con un poco de suerte van los inspectores, ponen multas y a los pocos días vuelve a recibir la misma queja, y hasta del mismo lugar.

Es como una guerra de desgaste a ver quién se cansa primero. Y para ser honesto, parecería que los vendedores nos van ganando la batalla.

El más reciente ejercicio nacional de pre­vención y enfrentamiento al delito, la corrup­ción, ilegalidades e indisciplinas sociales que organizó el Ministerio de Finanzas y Precios (MFP) la última semana de marzo mostró la magnitud del problema. En apenas seis días se detectaron casi 39 mil violaciones de precios y se impusieron más de 36 mil multas, por un valor que superó los 131 millones de pesos. ¡Y eso que fue una guerra avisada! Porque en la mayoría de los comercios se sabía que esa semana tocaba “operativo”.

La realidad es que no hay suficiente cons­tancia en ese empeño de control. Al evaluar este ejercicio nacional, por ejemplo, el MFP ca­lificó como “débil” la detección de violaciones de precios minoristas en más de la mitad de las provincias.

Ni siquiera para ese zafarrancho de combate de una semana fue posible conseguir que partici­para más del 60 % de los 7 mil 332 inspectores con que cuenta el país. ¿A qué se dedicaron los ausen­tes durante tantos días? No sabemos. Sin contar, lamentablemente, con los criterios muy negativos que existen en muchos lugares sobre la actuación de estos cuerpos de inspección.

En ese panorama la ciudadanía tiene que continuar siendo la primera y principal resis­tencia. Es cierto que la mayoría de las veces somos rehenes de un mercado cautivo y desa­bastecido que nos pone en manos de nuestros propios victimarios, quienes nos timan con sus precios abusivos y especulativos. Pero siempre que sea posible, hay que sancionarlos con la única razón que parecerían entender: a quien me roba sin compasión, pues no le compro. Y además se lo digo. Para que no se sorprenda cuando llegue la próxima inspección.

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