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El amor a las pequeñas cosas (que no son tan pequeñas)

La narradora y periodista María Elena Llana (Cienfuegos, 1936) recibió el pasado viernes, en la sala Guillén de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, el Premio Nacional de Literatura 2023, un galardón que mereció por sus extraordinarios aportes a la cuentística nacional. Aunque ella, en su modestia, rechace términos tan rotundos como “extraordinarios”. A María Elena Llana, sencillamente, le gusta escribir.

 

Foto: Ángel Marqués Dolz

 

Aunque quizás más que gusto deba hablarse aquí de necesidad. Ese acto de comunicación que es en esencia la literatura deviene, en su caso, inspiración y acicate permanentes. Y tiene que atender ese llamado, porque siente que tiene mucho que decir sobre la vida, sin tremendismos, sin aspiración de grabar la palabra divina en la roca.

A María Elena Llana le fascinan las peque- ñas cosas: pequeñas remembranzas, pequeños placeres, pequeñas sensaciones… que no lo son tanto porque, en definitiva, en conjunto regocijante, le otorgan sentido a la existencia.

Sus cuentos parecen piezas de orfebrería, armados con finísima artesanía. La narradora está siempre atenta a los detalles, a las articulaciones sutiles de las peripecias.

De brisas cálidas y acariciadoras está hecha buena parte de su literatura, confluencia tranquila de la realidad y la invención, que son al final los ingredientes de la memoria.

En las antípodas de la gran epopeya se instala María Elena Llana, aunque ella cree que hay lugar para todo en la viña del Señor. Ajenos le fueron siempre los vítores y las consignas del realismo socialista. Ella quiso siempre recrear esa verdad mucho más íntima del ser humana, asociada a sus sueños, sus rutinas y sus evocaciones.

En 1983 apareció un libro fundamental, que marcó a miles de lectores: Casas del Vedado. Fue una especie de rara avis, después de una etapa marcada por las narraciones épicas. Eran páginas que instauraban una atmósfera mucho más reposada, con singular aliento lírico. Celebración de una inocencia, que al final no lo era tanto, porque los ambientes oníricos eran también un territorio incisivo.

Periodista consagrada, María Elena Llana se desdoblaba en su ficción. Del periodismo tomó la vocación por la frase justa, la diafanidad del discurso. Pero en sus cuentos la realidad se abría en abanico multicolor. Había como capas superpuestas, fronteras desdibujadas.

El Premio Nacional de Literatura que ha recibido con toda justicia debe estimular nuevos acercamientos a la obra de María Elena Llana. Ojalá que jóvenes lectores se acerquen a esos relatos, con el mismo entusiasmo con el que fueron recibidos hace ya más de 40 años.

Porque a diferencia de cierto periodismo (y también de cierta literatura), la creación de esta mujer resiste el paso del tiempo. Es que ella se ha ocupado de cuestiones universales, imperecederas: los juegos con el tiempo. Y lo ha hecho con una maestría sin sobresaltos, un saber estar en el lugar justo, más allá de los vaivenes de la vanidad y las modas.

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