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Con Filo: Los traspiés y las zancadillas

A veces uno tropieza, pierde el equilibrio,  incluso puede o no caerse, pero casi siempre se recupera el paso, y el asunto no pasa de ahí. Cualquiera tiene un traspié en la vida, literalmente hablando o en sentido figurado, ya sea en el trabajo, en las relaciones familiares o con las amistades.

 

Ilustración: Martirena

 

Otra cosa más fea son las zancadillas. Esas trampas que se nos tienden para vernos tropezar, y hasta caernos si fuera posible. Puede que alguno de los traspiés que tengamos no sean una simple casualidad, sino que sea la obra de alguien, quien con mala fe o porque piensa que así obra bien, nos hace trastabillar en nuestro camino para alcanzar un propósito.

Las personas que ponen zancadillas son muy peligrosas. Lo hagan en nombre de lo que lo hagan. Es terrible cuando uno no ve venir la traición, que puede ser a título individual, pero también involucrar a entidades y organizaciones.

Esas acciones arteras casi siempre tienen un pretexto. Pueden ser ataques aislados, pero lo terrible es cuando se convierte en la forma de actuar, en un método de resolver contradicciones, o en una manera de ejercer el poder y la autoridad.

¡Tan bonita que es la transparencia! Si no estamos de acuerdo con algo, discutirlo, alertar, sugerir, escuchar las razones y argumentos del otro. No andar por ahí poniendo zancadillas, provocando deliberadamente traspiés desde la sombra y el anonimato.

 

 

Detectar estas agresiones solapadas tampoco es sencillo. A veces no nos resulta fácil descubrir quien sacó la punta del zapato al pasillo de la vida para hacernos trastabillar en nuestros propósitos. La mayoría de las veces es un proceso doloroso además. Casi siempre solo sujetos aparentemente muy cercanos nos pueden jugar esa mala pasada sin que nos percatemos.

Pero al final, tarde o temprano, la verdad sale a flote. Porque la gente decente ve los traspiés intencionales, y se indigna, colabora, trata de ofrecer su mano para que las víctimas de estos procederes turbios puedan recuperarse, levantarse, andar.

La mejor respuesta que podemos ofrecer ante cualquier tipo de zancadillas que nos pongan es erguirnos con rapidez, persistir en nuestra marcha, sea donde sea que vayamos. Mucho más si las causas son nobles; los objetivos, limpios; el trayecto, bien pensado.

Denunciar a quienes usan esas tácticas amañadas para impedir el avance de ideas, proyectos, soluciones, también es un deber. No importa lo que ello implique, tenemos que hacerlo ante la mayor autoridad posible. Porque el traspié deliberado de que fuimos objeto puede afectar mañana a otras personas, incluso en tareas más importantes y definitorias que la nuestra.

Nadie en fin, está a salvo de tropezar. Pero provocarlo a hurtadillas, con alevosía, bajo cualquier pretexto, es un crimen, sobre todo ético. Quien pone zancadillas, al final, va contra sí mismo. Y si ni siquiera tiene cargos de conciencia al respecto, no importa. Un día, no muy lejano — nadie tenga la menor duda—, por su propio peso, se cae.

 

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