¿Terroristas nosotros?, mírense primero

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Como parte de su política hegemónica mundial de aplicar sanciones económicas, bloqueos, congelamientos de activos y medidas de aislamiento, Estados Unidos (EE.UU.) volvió a incluir a Cuba en la lista de quienes auspician el terrorismo, en la cual incorporó a la Mayor de las Antillas en marzo de 1982.

Lo anterior aparece en su más reciente informe sobre el terrorismo, correspondiente al 2022, dado a conocer el pasado 30 de noviembre de 2023, según se dio a conocer en declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba.

Otra vez los elementos expuestos esgrimen de forma deshonesta los pretextos usados para justificar la presencia de Cuba en la lista arbitraria y desprestigiada que publica ese Departamento sobre Estados, que supuestamente patrocinan el terrorismo, y que sirve para imponer medidas de coerción económica contra países con los cuales el gobierno de los Estados Unidos tiene discrepancias políticas.

En todos estos años ha utilizado variados pretextos, todos con falta de veracidad y objetividad, para agregar al verde caimán en su lista en busca de cumplir el tan anhelado deseo de las sucesivas administraciones de la Casa Blanca, de encontrar cualquier evasiva, no importa cuán descabellada sea, para propiciar un conflicto bélico y apoderarse de esta ínsula.

Bajo ese anhelo, desde el triunfo de enero de 1959, los gobernantes del Norte han querido presentar a Cuba como una amenaza para la seguridad nacional de los EE. UU, en correspondencia con los sectores más reaccionarios de la mafia miamense.

Este delirio desenfrenado de ver fantasma donde no los hay, se agudizó a raíz de los ataques del 11 de septiembre del 2001, suceso que obligó al entonces presidente de ese país a lanzar una cruzada internacional contra el terrorismo, con la que al parecer olvidaba lo sufrido por la humanidad por culpa de ese flagelo mucho ante del derribo de las torres gemelas de Nueva York.

Ignoraba también que mientras el mundo asistía horrorizado al dantesco espectáculo provocado por esos atentados, otros pueblos eran víctimas de acciones subversivas practicadas por Washington.

Si para ellos la alerta sonó aquel 11 de septiembre, en Cuba comenzó desde los primeros días del triunfo de la Revolución, cuando en marzo del ‘60 el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca debatía planes de desestabilización y hablaba de formar bandas y grupos de sabotaje.

Los ecos de esas acciones los han sufrido varias generaciones de cubanos, con un saldo de 3 478 muertos y otros 2 099 discapacitados que llevan consigo secuelas físicas en sus cuerpos, cuyos autores operan con la tolerancia, complicidad y protección del gobierno del Norte

Y qué decir de los actos violentos fomentados en la década del ’90 en nuestro país, organizados y sufragados por la Fundación Nacional Cubano Americana, que fueron desde dinamitar hoteles, refinerías, el sistema eléctrico hasta incluso el cabaret Tropicana en pleno show.

Sus asalariados cada día actúan con total libertad, utilizan renovados recursos y sofisticados medios técnicos y explosivos con el propósito de saciar su irracional sed de venganza ante el ejemplo y la alternativa que representa la Revolución Cubana para los países del Tercer Mundo.

Cómo hablarnos ahora de terrorismo si conocemos bien su significado.

En la Isla de la Juventud jamás se olvidará el 17 de abril de 1961, cuando aviones mercenarios que participaban en la invasión a Playa Girón, ametrallaron al barco Baire, encargado de proteger la costa norte de la Isla, donde murieron Juan Rafael Alarcón Rodríguez y Armando Ramos Velazco.

Tampoco los pineros borrarán de su memoria la noche del 17 de septiembre de ese propio año: el hotel Santa Rita, en La Fe, ardió en llamas por culpa de unos malhechores.

Pero también la epidemia de dengue hemorrágico que afectó al país, introducida por bandas contrarrevolucionarias e hizo sus estragos al igual que la fiebre porcina.

¿Terroristas nosotros?, piénsenlo dos veces ante de acusarnos

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