Se cumplió la palabra empeñada

Se cumplió la palabra empeñada

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Este sábado se cumplieron 67 años de aquel dos de diciembre en que 82 expedicionarios con Fidel al frente, desembarcaron por Las Coloradas en su definitivo propósito de «ser libres o mártires».

 

 

 

Muchos, acostumbrados a pugnas entre politiqueros que se disputaban el poder para lucrarlo a espaldas del pueblo, no creyeron en esa palabra empeñada. Pero esta vez sería distinto. Y tras una intensa labor de unidad de fuerzas, de preparación militar y adquisición de armas, se logró preparar la expedición.

Así, desde Tuxpan, México, salió el 25 de noviembre de 1956 el yate que navegó hacia la historia cubana. “Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”. Así lo había anunciado Fidel, basando su optimismo en la confianza de que el pueblo se sumaría a la lucha.

En una nave marítima con capacidad para unas 25 personas, hicieron espacio 82 hombres, que tuvieron que enfrentar condiciones meteorológicas adversas; llovía en el estado de Veracruz ese día de noviembre.

Al anochecer los hombres que debían partir en la expedición lo mismo llegaron en ómnibus que en autos, bajo la insistente lluvia. Con ellos viajaban algunas de las armas que se habían podido reunir, pero la mayor parte del armamento ya había sido trasladado a Tuxpan.

El día supuesto del desembarco, 30 de noviembre, el Granma mantenía el rumbo hacia la Isla Caimán Grande. Temprano en la mañana soleada y con buena visibilidad, el yate se cruzó con un buque mercante. A fin de no despertar sospechas, todos los combatientes se ocultaron y solo quedó visible la tripulación. Al mediodía, la radio del Granma comenzó a captar informaciones acerca del levantamiento que se había producido en Santiago de Cuba.

En la madrugada del primero de diciembre ya el yate se acercaba a la zona escogida para su desembarco. Roque y Mejía, piloto y timonel respectivamente, se turnaban en la cabina, buscando el faro de Cabo Cruz, cuando Roque fue lanzado al mar por una fuerte ola. A pesar del mal tiempo y la oscuridad, Fidel ordenó detener la marcha y encontrarlo. Una hora más tarde divisaban las luces y llegaban a las boyas por el canal de Niquero, que no coincidían con los datos de la carta náutica, por lo que cambiaron el rumbo.

En la tarde de ese mismo día, Fidel informó que de un momento a otro se dirigirían a la costa para desembarcar, y dio a conocer la estructura militar que asumirían. En una punta de mangle nombrada Los Cayuelos encalló el Granma, lo cual obligó a adelantar el desembarco para las 6:50 de la mañana del dos de diciembre de 1956.

La llegada fue difícil, pues tuvieron que atravesar más de un kilómetro de tupidos manglares y grandes pantanos, transportando cargas pesadas y venciendo el agotamiento.

Antes de bajar el pelotón de la retaguardia, pasaron cerca una lancha de cabotaje y un barco arenero. Por falta de petróleo, el yate no pudo regresar a las costas de Caimán Brac, como era la idea inicial de Fidel. Unas horas después del desembarco, el campesino Ángel Pérez Rosabal les confirmó que estaban en Cuba.

Alrededor de las seis de la mañana del dos de diciembre de 1956, los expedicionarios del Granma comenzaron a desembarcar. El bote auxiliar se bajó para llevar el armamento a tierra, pero como estaba en mal estado, se hundió por el peso excesivo, por lo que fue necesario que cada combatiente llevara las armas consigo. Al Estado Mayor siguieron los pelotones de vanguardia y del centro. Solo quedaba el pelotón de retaguardia sobre el yate, cuando una lancha de cabotaje y después una embarcación arenera, pasaron cerca del lugar.

La operación de desembarco se apresuró y se trató re recoger todo lo que pudiera ser de utilidad.

Ese día dos de diciembre, los 82 expedicionarios quedaron varados en el fango, en un lugar conocido por Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de la playa Las Coloradas. Durante más de dos horas avanzaron penosamente, ayudándose unos a otros, hundiéndose en el fango y tropezando a cada paso con las raíces de los mangles.
Esta trabajosa marcha hasta llegar a tierra firme causó los primeros estragos entre la tropa: algunos combatientes se lesionaron, botas y uniformes se dañaron considerablemente, las armas y los equipos se mojaron, y muchos valiosos pertrechos quedaron perdidos en el trayecto.

El rigor y la adversidad conformaron la recepción al naciente ejército Rebelde. Durante más de dos horas, tuvieron que avanzar penosamente ayudándose unos a otros, hundiéndose en el fango y tropezando a cada paso con las raíces de los mangles, fatigados y hambrientos, perdiendo momentáneamente a ocho compañeros que aparecieron dos días después en un sitio muy distante.

Antes había fallado el plan táctico de hacer coincidir el alzamiento en Santiago de Cuba, que se realizó el 30 de noviembre, con el desembarco, para distraer las fuerzas enemigas. El dictador Fulgencio Batista tenía información de la salida del yate y sus propósitos, por lo que los mandos militares de la tiranía habían circulado la descripción del barco, con instrucciones para su captura.

La principal enseñanza de ese histórico hecho está en que las aparentemente invencibles dificultades a que se enfrentó la fuerza expedicionaria, entre ellas el durísimo revés de Alegría de Pío, no provocaron el desaliento ni la renuncia, y mucho menos el sentido de rendición o de derrota, de los pocos sobrevivientes que, hambreados y sin apenas fusiles y municiones, avanzaron dispersos hasta alcanzar las cimas de la Sierra Maestra para continuar la lucha.

En aquellos días se escuchó por vez primera el grito viril de “Aquí no se rinde nadie”, exclamado por Juan Almeida, que en la historia se ha enlazado con la consigna de “!Patria o Muerte! ¡Venceremos!”, expresión de la irrenunciable decisión del pueblo de hacer la Revolución, defenderla de las amenazas, provocaciones y ataques de sus enemigos internos y externos, y avanzar en medio de cualquier dificultad.

Por su trascendencia y simbolismo, cada dos de diciembre se celebra en Cuba el Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

 

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