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El milagro de la Giselle cubana

El 2 de noviembre de 1943 nació un mito de la danza. Alicia Alonso era una joven bailarina del American Ballet Theater, en Nueva York, y tuvo la osadía de sustituir a su inmensa tocaya, Alicia Markova, en uno de los más difíciles roles del repertorio: Giselle.

La Markova enfermó y se corría el riesgo de suspender una función pactada. Preguntaron a las solistas quién se atrevería a asumir el ballet. Solo Alicia dio el paso al frente. Sus maestros y ensayadores ni siquiera estaban al tanto de que ella se supiera la coreografía completa.

Pero Alicia, desde sus personajes secundarios, había estudiado concientemente el papel principal. Lo amaba. Y sabía que reunía todas las condiciones para interpretarlo.

Cuentan los que tuvieron la oportunidad de asistir a esa presentación que fue una función mágica. Uno de los grandes momentos de la compañía. Alicia hizo suya Giselle. El público la premió con una rotunda ovación, la crítica se deshizo en elogios.

Había nacido una de las más grandes Giselles del siglo XX. La más grande, según no pocos especialistas. Se llegó a decir que Alicia nació para que Giselle no muriera.

El pleno dominio estilístico, la capacidad técnica y una sensibilidad singularísima caracterizaron todas las interpretaciones de la prima ballerina assoluta de ese clásico inmortal.

Lo bailó durante varias décadas, siempre con renovados matices.

Y pronto concibió su propia versión coreográfica, la que todavía baila el Ballet Nacional de Cuba y que llegó a ser referencia internacional: en el propio Ballet de la Ópera de París, cuna del clásico, se bailó en varias temporadas.

Alicia se inmortalizó en Giselle. Y afortunadamente quedaron varias filmaciones. Esas imágenes son patrimonio de la danza. Dejan testimonio de uno de los grandes milagros de ballet: una Giselle cubana.

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