La dulce entrega de Martell

La dulce entrega de Martell

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Son muchos los ejemplos de la tremenda estatura sindical de Luis Martell Rosa, de cómo debió empinarse por sobre su sexto grado para dirigir hombres curtidos en las enseñanzas de Jesús Menéndez, convertirse en Diputado al Parlamento cubano, encabezar la Comisión Organizadora del XIII Congreso Obrero, integrar el Comité Central del Partido y poder cumplir siempre con las muchísimas tareas que personalmente le encomendara su Comandante en Jefe.

Foto Heriberto González Brito.

 

Fallecido este domingo en La Habana, prefiero recordarlo cuando en su calidad de Secretario General del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria Azucarera llegaba a un central. Su alegría entonces era contagiosa, al igual que la de esos hombres sudorosos, salpicadas de grasa, pero felices de encontrarse con Martell, así a secas, como le tuteaban.

Mis recuerdos no lo hiperbolizan. Lo acompañé alguna vez, por los años 80 del pasado siglo, en una visita al central tunero Amancio Rodríguez. ¿Y saben qué? Martell conocía por su nombre a cada  trabajador, que eran muchos, muchísimos. Desde el que cuidaba la puerta de entrada hasta el puntista. Demoró casi dos horas, quizás más, para llegar a donde lo esperaban para una reunión.

A todos saludaba con abrazos y apretones de mano, y un viejo azucarero, con dulzura infinita, le expresó su disgusto: “Martell me embarcaste. La última vez que viniste al central no te quedaste a dormir en mi casa. Mi mujer y yo te estábamos esperando”.

Nacido en junio de 1934 en la Colonia azucarera Jicotea, una  pequeña comunidad rural enclavada en San Nicolás de Bari, municipio este de donde es Hijo Ilustre, Luis Martell Rosa llenó con esfuerzo y honradez toda una etapa de gloria para el movimiento sindical cubano, en especial para los trabajadores azucareros.

Su mejor experiencia como sindicalista está asociada con el vínculo estrecho que mantuvo con sus trabajadores. “Utilicé un método y estilo de trabajo mediante el cual, en la medida que les transmitía las orientaciones, recibía de ellos el torrente de sabiduría de que son capaces los azucareros…” No en balde con solo 14 años se inició como machetero, “medio machetero, pero de 200 arrobas”, solía decir.

Ese era Martell, el líder sindical, a quien de adolescente su familia consideraba como un sabio. “Me decían así simplemente porque sabía leer y escribir, aunque no pasaba de sexto grado”.

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