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Mapocho, el más antiguo habitante

 

 

Ni siquiera puede decirse que el ser humano tuvo que ver con su llegada. La naturaleza hizo lo suyo y mucho antes de que Pedro de Valdivia decidiera fundar Santiago en este sitio él tenía su lugar reservado. El río Mapocho es el más antiguo habitante y todo el que lo encuentra le rinde pleitesía.

 

 

En sus márgenes, hace más de 15 mil años, vivieron cazadores-recolectores, se­gún recoge la historia. Era un verde natu­ral lo que rodeaba su cauce. Hoy lo hace un muro en forma de dique para encauzar sus aguas. Por entonces una generación ponderaba tener agua transparente, fres­ca y vital para la vida.

Hoy la contaminación es tan grande que tan siquiera podemos ver que su corriente arrastra desechos y sus aguas se tiñen de carmelita. Unos dicen que es cobre, tierra y basura. Otros aseguran haberlo visto transpa­rente en alguna estación del año, sobre todo cuando las lluvias desbordan la paciencia. De cualquier manera, el río Mapocho sigue ahí, ahora con otras funciones.

Al recorrer tan solo dos de los 30 kiló­metros que Mapocho atraviesa Santiago es posible apreciar enamorados leyendo poe­mas y regalando besos; jóvenes y veteranos estirando sus músculos en varios gimnasios biosaludables; flores rojas y violetas cuidadas por unos vendedores amantes de la vege­tación más auténtica; y también alguna que otra casucha de mendigos, robada con zinc y cartones para paliar la pobreza, pero no el frío intenso que es imposible resistir en esas con­diciones.

A Mapocho también le han salido carteles contra los gobiernos de turno (menos Pinochet, por supuesto) en sus laderas de concreto, de unos dos metros de altura, donde se pueden ver rostros como los de Víctor Jara o Che Guevara, así como aquellos mensajes de mayo de 1968 en Francia, que numerosos revolucionarios y líderes estudiantiles siguen haciendo suyos: «Prohibido prohibir», «La imaginación al poder» y «No quiero perder mi vida ganándomela».

Todas han sobrevivido al paso del tiempo. Como también lo ha hecho el río, que impre­siona al visitante por tanta historia.

Ser el habitante más antiguo de Santiago da derecho a muchas cosas. Haber sobrevi­vido a devastadoras crecidas, horrendas se­quías en tiempos estivales y aprovechar la fer­tilidad de sus riberas para seguir alimentando como en la prehistoria a una ciudad preciosa, es el mayor legado de Mapocho. Cualquier otra historia se estrella contra la esencia del chileno: fundar, querer y amar.

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