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Infladores

Hace unos meses un colega apuntaba en un espacio de nuestro periódico que una cosa es la inflación y otra la infladera.

 

A la segunda vamos a referirnos en estas líneas. ¿Cómo explicar que un ser­vicio aumente la tarifa de la noche a la mañana sin que la gestión en sí deman­de un costo superior?

Pues los casos abundan. Uno reciente ocurrió en plena efervescencia de la postemporada beisbolera, cuando el estadio Latino­americano volvió a llenar con miles de aficionados su amplio graderío. Entonces, el parqueo de vehículos no fue menos, y también se abarrotó.

¡Esta es la mía! ¡Hare­mos zafra! Así parecieron reaccionar algunos par­queadores que de manera arbitraria fijaron un monto de ¡¡¡50 pesos!!! por el esta­cionamiento. Es decir, va­rias veces más que el precio del espectáculo. Tal exceso contrastaba con la norma de 20.00 pesos solicitada por otros empleados, cifra que según indagaciones, fue la establecida por la empre­sa provincial responsabili­zada con el servicio.

Otro ejemplo. Mucha sensibilidad ha causado en­tre los criadores de masco­tas el rápido incremento de precios en la asistencia vete­rinaria. Uno puede admitir que procedimientos reque­ridos de insumos, muchas veces importados, eleven su valor, pero cómo entender que el corte de uñas de un canino —y pienso en mis mi­núsculos chihuahuas—, que solo lleva mano de obra a partir de una tijera apropia­da, y si acaso un par de mi­nutos de labor, haya variado su costo en breve tiempo de 10 a 20, a 50, a 100 pesos.

Una vecina me habló de comprarse una tijera (por cierto nada barata) y aco­meter ella misma la tarea mencionada.

Y si tomamos la auto­pista no dejas de impresio­narte. En el camino de las Ocho Vías, a la altura del kilómetro 80, justo en el llamado Conejito de Nueva Paz, te impacta y te deja sin palabras conocer que usar el baño cuesta hoy 5 pesos (siempre fue 1), así sin la adi­ción de un detalle al servicio para justificar tal suma.

¿Será que el alto cos­to de la vida hoy día invi­ta a aumentar los precios no más porque sí? ¿Y cómo quedamos nosotros? Siem­pre pienso en el jubilado.

Tengo otra vecina, qui­zás algo romántica, que a menudo enciende velitas y pide no inflar más los pre­cios, o que al menos suceda un milagro y se desinfle el afán desmedido de los in­fladores.

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