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Che, una polémica poética y El Ciervo

Conocida es la afición del Che por la poesía; desde su más temprana juventud a menudo citaba frag­mentos y hasta se inspiró para es­cribir sus propios versos.

 

 

En el siguiente pasaje de su vida, narrado por él mismo, fue capaz de vincular poesía y trabajo mediante una polémica fraternal a distancia con el gran poeta espa­ñol León Felipe. El 15 de agosto de 1964 en el discurso que pronunció el entonces Ministro de Industrias en un acto de entrega de certifica­dos de trabajo comunista dijo:

“[…] Si ustedes me permiten, les voy a ‘empujar’ un pequeño versi­to —le expresó al auditorio— ¡No se preocupen, porque no es de mi propia inspiración, como se dice! Es un poema —nada más que unos pá­rrafos de un poema— de un hombre desesperado; es un poema escrito por un viejo poeta que está llegando al final de su vida, que tiene más de 80 años, que vio la causa política que defendiera, la República española, caer hace años; que desde entonces siguió en el exilio, y que vive hoy en México. En el último libro que editó hace unos años tenía unos párrafos interesantes. Decía así:

“…Pero el hombre es un niño laborioso y estúpido

que ha convertido el trabajo en una sudorosa jornada,

convirtió el palo del tambor en una azada

y en vez de tocar sobre la tie­rra una canción de júbilo, se puso a cavar…

“Y después decía –más o me­nos, porque no tengo muy buena memoria–:

“Quiero decir que nadie ha po­dido cavar al ritmo del sol, y que nadie todavía ha cortado una espi­ga con amor y con gracia.

“Es precisamente la actitud de los derrotados dentro de otro mun­do, de otro mundo que nosotros ya hemos dejado afuera frente al tra­bajo; en todo caso la aspiración de volver a la naturaleza, de convertir en un fuego el vivir cotidiano. Pero, sin embargo, los extremos se tocan, y por eso quería citarles esas pala­bras, porque nosotros podíamos de­cirle hoy a ese gran poeta desespe­rado que viniera a Cuba, que viera cómo el hombre después de pasar todas las etapas de la enajenación capitalista, y después de conside­rarse una bestia de carga uncida al yugo del explotador, ha reencon­trado su ruta y ha reencontrado el camino del fuego. Hoy en nuestra Cuba el trabajo adquiere cada vez más una significación nueva, se hace con una alegría nueva”.

Si bien el país vive una realidad muy distinta a la de aquellos tiempos no hay dudas de que el legado ético del Che respecto al valor del traba­jo ha calado en muchos. Y es que la clave de nuestra resistencia radi­ca precisamente en que la inmensa mayoría de la masa laboriosa del país ha convertido el vivir cotidiano en un fuego donde se combinan el compromiso con la obra y el afán de seguir adelante con las armas de la creatividad, una llama que en vano el adversario ha tratado de sofocar. Y no son pocos los que han “corta­do espigas con amor y con gracia” en las fábricas, los campos, las escuelas, en los hospitales…

Vale reproducir la carta que le envió el Che días después al poeta: “Maestro:

“Hace ya varios años, al tomar el poder la Revolución, recibí su úl­timo libro, dedicado por Ud.

“Nunca se lo agradecí, pero siempre lo tuve muy presente. Tal vez le interese saber que uno de los dos o tres libros que tengo en mi cabecera es El Ciervo; pocas veces puedo leerlo porque todavía en Cuba dormir, dejar el tiempo sin llenar con algo o descansar, simplemente es un pecado de lesa dirigencia.

“El otro día asistí a un acto de gran significación para mí. La sala estaba atestada de obreros entu­siastas y había un clima de hombre nuevo en el ambiente. Me afloró una gota del poeta fracasado que llevo dentro y recurrí a Ud., para pole­mizar a la distancia. Es mi home­naje; le ruego que así lo interprete.

“Si se siente tentado por el de­safío, la invitación vale.

“Con sincera admiración y aprecio.

“Cmdte. Ernesto Che Guevara”

No fue el último contacto con el bardo peninsular. Cuando el Che salió del Congo y permaneció un tiempo en Europa, solicitó que le enviaran libros. Entre ellos, su esposa Aleida March le mandó El Ciervo, pero para protegerlo por­que estaba clandestino, le arrancó la dedicatoria que le hizo León Fe­lipe. Cuentan que el Che, quejoso, le reprochó: “Me capaste a El Ciervo”.

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