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Cargando...Alguien tuvo que meter las manos al guion de Budapest. No se sabe quién, ni en qué momento, pero están pasando cosas raras.
Ingebrigtsen, tan confiado que se atrevió a «despertar» al público en la clasificación, se quedó dormido en los últimos metros de los 1 500. Más bien paralizado ante los embates de un tipo silencioso. Uno con gafas de sol, nacido en Escocia, pero formado en Alburquerque.
Y precisamente ese tipo, a priori casi inofensivo, se sale de control. Ataca. Tiene la fórmula. Ingebrigtsen no lo asocia, pero ese tipo es el peligro y hace que la gente empatice con él. Le pasa por al lado, le mete el miedo en el cuerpo y, cuando se le ubica delante, el noruego se sabe perdido, su cara hace una mueca y cruza la meta por pura inercia, por segundo mundial consecutivo aniquilado por un británico, esta vez de nombre Josh Kerr.
Además, en la pista la gente vuela… Un vikingo de apellido Warholm parece tener fuerzas para correr 800 con vallas, va pidiendo sangre y atraviesa la meta con furia, la misma meta por la que pasó libre, como una mariposa, la dominicana Marileidy Paulino.
Otras, más ambiciosas, prefieren volar en busca de las estrellas y luchan entre sí, pero también contra sus límites, con el único apoyo de una pértiga de fibra de vidrio.
Nina Kennedy se desdobló, hizo dos veces marca personal. Llegó hasta los 4,90, tan cerca del firmamento que puso a la favorita Katie Moon contra la pared. Y aquí de nuevo alguien hizo de las suyas, porque Moon rozó la varilla con su muslo, luego con su pecho y la barra, caprichosa, se quedó anclada a los postes haciendo válido su salto.
De ir al desempate, Kennedy tenía las de perder, pero Moon lo entendió todo: una estrella no pierde su luz por compartirla con otra y para caras largas bastaba con la de Ingebrigtsen.
