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Crónicas al andar: Hablando con mariposas

El niño continúa en su mundo. Las mariposas vuelan junto a él con gozo y confianza…

San Salvador.- Hoy, por tercera vez en los últimos días, casi me atreví a hablarle. Firme, inocente y vital, como la primera ocasión que lo divisé murmurándole algo a un puñado de mariposas ansiosas por colonizar las flores del parque.

 

Mientras su madre sonríe seducida por la pantalla de su móvil, y una pareja se besa sin temores ante las preocupantes miradas de algunos, el niño continúa cultivando su obra. Dialoga con las mariposas, casi las toca, y ellas, lo juro, le obedecen.

Puede ser el indicio de una genialidad que no percibe nadie a su alrededor u otra evidencia irrefutable de la torpeza espiritual de la mayoría de los adultos.

Un anciano calvo y de cómico bigote se ancla a un banco. Concentrado en el periódico que tiene en sus cansadas manos no percibe que muy cerca de él se desarrolla una maravilla.

Lanza un par de miradas despreocupadas al niño y sigue en lo suyo.

En la sana gestualidad y murmullos del pequeño se agrupa todo lo compasivo y necesario del ser humano: el valor, la decencia, la nobleza y el afecto. Sobre todo, el afecto. Porque, entre otras muchas cosas, esa es una de las pócimas que más necesitamos beber para sobrevivir como especie.

El niño continúa en su mundo. Las mariposas vuelan junto a él con gozo y confianza. Casi las acaricia, las domestica con su fiel verbo y ternura.

La madre continúa hipnotizada ante la pantalla del móvil. La pareja de amantes apenas ha dejado de besarse. Quizá para continuar retando las inquisitivas miradas de algunos.

El anciano calvo y de cómico bigote se levanta del banco y con el periódico bajo el brazo echa andar ajeno a todo lo que sucede a su alrededor.

¿Cuánto nos roba la voraz cotidianidad?, digo en silencio.

Prefiero callar. Sonrío y decido marcharme sin pensar en lo que creen los demás. Al fin y al cabo, soy un privilegiado. He sido testigo de un milagro que solo compartimos tres. El niño, las mariposas y yo.

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