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Voces desde el podio: El reposo del guerrero

Alejandro Valdés. Foto: Abel Barallobre

Alejandro Valdés acaricia la medalla de oro como un tesoro. Se la acomoda en el cuello. Escucha las notas del himno nacional y pienso en silencio que es cierto: la historia no gana, aunque también es cierto que la historia nos enseña a ganar.

Todo lo anterior lo retrata a la perfec­ción, por eso lo abordo y con pocas pala­bras el luchador da rienda a su satisfac­ción.

“La medalla era esperada, pero se dis­fruta. Es el fruto del trabajo y el sacrificio. Siempre me preparo bien pues los rivales son de consideración. Logré ‘engrasarme’ bien en la base de entrenamiento que tuve en Suiza y ayudé al equipo.

“Sabes, dice mientras se quita la pre­sea y la mira con cariño y ojos vidriosos, soy un deportista longevo, por eso disfru­to mucho los triunfos, pues no sé cuál será el último.

“Compito contra mí mismo. Jamás me doy por vencido. He tenido adversidades y creo que siempre se puede más”.

Alejandro Valdés se despide, de repen­te se voltea y me dice:

“Periodista, esta medalla de oro y to­das mis conquistas son también para mis hijas Alexa y Andrea, y por supuesto para mi esposa Ivett Pacho Derivet. Mis teso­ros”.

El campeón sigue su marcha. Son­riente y erguido, mirando el premio que cuelga en su pecho. La noche cae aquí y el guerrero está listo para un momentáneo reposo.

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