De la Televisión: Páginas de un Calendario

De la Televisión: Páginas de un Calendario

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Emigración en busca de mejores oportunidades económicas (que implica dejar atrás a seres queridos); tráfico y consumo de drogas; prostitución, abusos sexuales, pederastia; alternativas a las relaciones más convencionales; homosexualidad y diferencia de edades en la pareja; mercado informal, éxodo de profesionales; hogares disfuncionales; dificultades para lidiar con el fallecimiento de seres queridos… sumando los problemas y los desafíos cotidianos del sistema educacional cubano: la lista de conflictos de Calendario, la serie de Magda González Grau que transmitió hasta hace poco Cubavisión pudiera parecer abrumadora, teniendo en cuenta la complejidad de los temas y la cantidad de núcleos que defienden las tramas.

 

Foto: Cortesía de la serie

 

Es como si se pretendiera cubrir en una sola propuesta buena parte de las problemáticas de los jóvenes y sus entornos familiares, en una especie de muestra representativa del entramado social.

El planteamiento narrativo, la articulación de las peripecias, garantizan que la historia marche bien. Se consigue el tantas veces esquivo equilibrio entre las tramas, enfatizando puntualmente en algunas y utilizando otras como elementos de distensión. Buen dominio de la dramaturgia, en definitiva.

La adecuada jerarquización de los sucesos y la esencialidad de los diálogos (no hay aquí regodeos infecundos ni complicaciones caprichosas) posibilitan que la narración fluya con diafanidad. Sencillez en el diseño de sucesos y personajes, que no significa simpleza en el concepto.

Y todo se redondea con actores talentosos, bien seleccionados, bien dirigidos, comprometidos con sus roles. Y con una puesta en pantalla de buena factura, más que funcional, hasta el punto de que exhibe no pocas realizaciones estéticas.

Calendario es un buen referente.

Una de sus virtudes es haber logrado rehuir de un didactismo ramplón, aleccionador en demasía, que suele marcar las recreaciones audiovisuales de los procesos educativos en nuestro país. Para una parte de los dramatizados cubanos la escuela ha sido una especie de ámbito aséptico, idealizado, ajeno a los principales nudos dramáticos. Magda González Grau se ha sumado a la lista de realizadores que han desmitificado un espacio que, es más que evidente, resulta epicentro de disímiles conflictos por la naturaleza misma de la interacción social que promueve.

Y en Calendario, por supuesto, se defienden valores universales, perfectamente identificados… no es el imperio del relativismo. No se hace a golpe de simplificaciones, de retórica institucionalizada, lugares comunes… La teleserie no edulcora. No es un cuento de hadas.
Sin tremendismos ni poses de criatura heroica, el personaje principal simboliza las reservas morales de una nación.

Es la concreción —naturalmente imperfecta y por lo tanto humana— del adagio martiano de la utilidad de la virtud.
La profesora Amalia no puede resolver todos los problemas de sus alumnos y compañeros de trabajo. Es que ni siquiera puede resolver los suyos propios. Pero lo intenta, consigue lidiar con ellos. Y está presente, aportando… desde la solidaridad y el amor.

Calendario es un homenaje a esa profesión de entrega, vocación y sacrificio, tan maltratada por las circunstancias. El maestro está en la base misma del armazón social, aunque algunos lo subestimen. Un buen maestro puede marcar hitos.

La segunda temporada de Calendario ha dejado sobre ascuas a su teleaudiencia pues algunas de las tramas han quedado sin resolver, en sus puntos culminantes. Habrá que esperar a la tercera entrega, que se anuncia como la última.

No siempre se logra armonizar la responsabilidad social que se le adjudica a un dramatizado con sus valores formales o conceptuales. Aquí se consigue. Calendario no es periodismo, pero ha abordado con eficacia temas de los que el periodismo cubano tendría que ocuparse más y mejor.

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