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Pierde el Compañero, gana el Señor

Cada día a mis ojos cobra una mayor dimensión el lugar que va ocupando la palabra Compañero y la prestancia y abolengo que gana el Señor. Y aunque hace algunos años escribí sobre igual tema, hoy me veo obligado a volver atrás y escudriñar nuevamente alguno ―o algunos― de los entresijos de ambos términos. La frase que titula el texto, no es juego de palabras. A diario lo compruebo.

Así dijo el Che: “…si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, entonces somos compañeros, que es más importante…”

En el caso que me ocupa, en Cuba, el Señor siempre existió, pero con inusitada rapidez el Compañero ganó absoluta presencia como parte del remolino de las luchas revolucionarias por el poder. “Mi compañero en la trinchera, compañero de ideales”, así se decía.

Con el triunfo de enero de 1959 fue asumida como forma ídónea de llamar a tu acompañante, a tu ayudante, a tu colaborador, incluso a tu esposa y devino fórmula salvadora para casi cualquier ocasión.

Para quienes ya superamos algunas décadas de vida, el término formaba parte de nuestro diario bregar. Tanto que los condiscípulos éramos compañeros; en el centro laboral éramos compañeros de trabajo, en el batallón de milicias éramos compañeros, en la calle todos ―o casi todos― éramos compañeros, incluso sin conocernos, pues para referirme a alguien, mujer u hombre, pero desconocía su nombre, lo llamaba compañera o compañero, según el caso. La palabra ―a no dudarlo― constituía patronímico perfecto en un país en revolución.

Decir que desde tiempos inmemoriales existió la palabra, con cabida en las más diversas situaciones, constituiría quizás una verdad de Perogrullo. “Persona que tiene o corre una misma suerte o fortuna con otra, aquel que se acompaña con otro para algún fin”, son dos de las acepciones gramaticales de la palabra.

Tampoco olvido aquello de “compañeros son los bueyes”, una manera despectiva empleada principalmente por enemigos del proceso revolucionario, negados a aceptar el ideal de hermandad y esperanza prevalecientes en el país. A pesar de ello, en el mayor de los casos triunfaba el Compañero, lo que hoy lamentablemente no siempre sucede.

Las crecientes y necesarias relaciones y vínculos económicos y culturales de Cuba con el mundo, especialmente capitalista, esquemas ancestrales dominantes en el turismo y otras realidades ―sin olvidar lógicos matices, zarpazos enemigos, necedades seudoculturales y vulnerabilidades propias― realzaron el auge del Señor, con la implicación política e ideológica que ello entraña, reitero, en el contexto cubano.

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