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Elecciones en Cuba antes de 1959: ni honestas ni dignas

Aún no había nacido ante el mundo la República neocolonial instalada en Cuba tras la derrota de la dominación española luego de 30 años de contienda libertadora, cuando como resultado de la intervención militar de Estados Unidos en las postrimerías del conflicto, desde de la poderosa nación se fraguaban turbios manejos para imponer un presidente en la Isla al quedar frustrada su independencia y soberanía.

 

Foto: Granma

Eran los albores del siglo XX. Todo transcurriría bajo el signo de la Enmienda Platt y la anuencia de los círculos gobernantes imperiales. Había que imponerle a los cubanos las reglas del juego en nombre de la llamada “democracia representativa” en el sistema electoral y reforzar por esa vía el injerencismo proveniente de Washington.

Estrenar tan alevoso objetivo le correspondió al general norteamericano Leonard Wood, gobernador militar en Cuba, quien al cumplir órdenes de Elihu Root, Secretario de Guerra de Estados Unidos, se convertiría en el supremo elector y gestor de las elecciones municipales del año 1900 en la Mayor de las Antillas.

“Wood seleccionó a su arbitrio quiénes serían los alcaldes y se dio el curioso caso de que rigió una ley electoral para las elecciones en La Habana, y otra para las que se efectuaron en el interior del país”, según expone el periodista e historiador Pedro Luis Padrón (1913-1982) en su libro ¡Qué república era aquella!.

El representante norteamericano viajó por la Isla en misión politiquera En una de sus declaraciones públicas advirtió: “Si los miembros elegidos para formar la Convención Constituyente no son personas de ciencia y experiencia, que por sus condiciones no ofrezcan una garantía para la estabilidad al gobierno elegido, los Estados Unidos no se retirarán de Cuba”.

La farsa electoral convocada para diciembre de 1901 concluyó con la nominación de Tomás Estrada Palma, de abierta inclinación anexionista, quien finalmente asumió la presidencia de la naciente República el 20 de mayo de 1902.

Con anterioridad, el patriota cubano Salvador Cisneros Betancourt le expresó en una carta: “Usted será un presidente impuesto como lo fue la ley Platt y no dudo que sucederá lo mismo con la ley Electoral y todas las demás disposiciones que en lo adelante se lleven a efecto en Cuba por insignificante que sean, las cuales vendrán confeccionadas desde Washington”.

 

Sin transparencia alguna

Abundan los ejemplos de cómo durante 58 años de capitalismo en la Isla los partidos políticos tradicionales imponían candidatos y controlaban el escenario electoral para postular alcaldes, concejales, representantes, senadores y hasta el mismo presidente de la nación.

Con el apoyo de las cañoneras del Norte, Mario García Menocal se reeligió en 1917, ocasión en la que los marines desembarcaron por varios puntos de la Isla con el fin de apaciguar la caldeada atmósfera provocada por enfrentamientos entre politiqueros.

Algunos personajes utilizaban sus propios slogan con la pretensión de ocupar la silla presidencial, como lo hizo el sátrapa Gerardo Machado (1925-1933)  autotitulado  “regenerador de las costumbres públicas”.

Mostraba fachada benefactora y su postulación por el Partido Liberal fue comprada con el dinero del monopolio estadounidense Electric Bond and Share y una parte de los fondos del Ayuntamiento de La Habana. Se reeligió mediante una ilegal prórroga de poderes y el pueblo lo derrocó mediante una resonante huelga general.

Los vaivenes politiqueros, secuestros de las urnas, falsas listas de votantes que incluían fallecidos y muchos otros fraudes continuaron sucediéndose.

Tras un período de sucesivos gobiernos provisionales, ascendieron a la presidencia Fulgencio Batista (1940-1944), Ramón Grau San Martín (1944.1948) y Carlos Prío Socarrás, derrocado el 10 marzo de 1952 por una camarilla militar liderada por Batista, aspirante a la alta magistratura en los comicios de ese año, pero sin posibilidades de triunfo por su tenebroso historial.

En noviembre de 1958 acontecieron las últimas elecciones generales. Convertido en dictador a las órdenes de Estados Unidos, alardeó ante la prensa: “Como no podrá evitarse que salga y se ponga el sol, nadie podrá impedir la celebración de esos comicios”.

Entre los candidatos a la presidencia estaban Andrés Rivero Agüero (la pieza predilecta de Batista en el laberinto politiquero para auparla a la máxima dirección del país); Alberto Salas Amaro, Manuel Márquez Sterling y Ramón Grau San Martín.

Para dar riendas sueltas a las ambiciones de poder de los candidatos a los diversos cargos, el Ministerio de Hacienda dispuso un crédito de alrededor de 2 millones 800 mil pesos para la campaña.

No podía esperarse transparencia alguna.  El régimen de facto  decretó  en octubre la suspensión de garantías constitucionales, reimplantó la censura de prensa y mantuvo el carácter obligatorio del voto, además de las conocidas trampas en la documentación electoral en no pocos municipios del país.

Mientras tanto, avanzaba el empuje de las fuerzas guerrilleras del Ejército Rebelde en gran parte de la Isla, al tiempo que se fortalecía la lucha armada en los campos y ciudades.

Rivero Agüero fue proclamado vencedor y sería el próximo mandatario de la República en febrero de 1959. La llegada de la Revolución Cubana en enero de ese año truncó sus aspiraciones.

Desde entonces desaparecieron de una vez y por todas las farsas electoreras, las deplorables imágenes de la Guardia Rural custodiando los colegios para la votación y la triste concesión de una beca o un ingreso en un hospital a cambio del voto a favor de un politiquero.

 

Con la confianza del pueblo

Este 26 de marzo, las cubanas y los cubanos asistirán a una nueva demostración de plena democracia al efectuar a lo largo y ancho del país las elecciones nacionales de las cuales saldrán los 470 diputados que integrarán la X Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, como resultado de los planteamientos emanados en los plenos de las organizaciones de masas y estudiantiles en los que resultaron propuestos más de 19 mil precandidatos y fueron considerados los delegados de base electos por el pueblo en noviembre último.

Una vez más, codo con codo, ocuparán los escaños del Parlamento el obrero, el campesino, el empresario, el maestro, el intelectual, el médico, el científico, el estudiante, el deportista, el trabajador no estatal, el militar… Ninguno recibirá lucros o privilegios por el honor que ostentan ante la sociedad. En cada uno estará depositada la confianza del pueblo.

 

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