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13 de marzo de 1957: El pueblo asaltó la guarida del tirano

“Radio Reloj reportando… Atacado el Palacio Presi­dencial”… fue la insólita noticia que interrumpió el monótono tic tac de la emisora más escuchada del país. Allí en la cabi­na de transmisión estaba José Antonio Echeverría, el prestigioso y corajudo presidente de la Federación Estudiantil Universitaria y máximo líder de su brazo armado, el Directorio Re­volucionario. Atendiendo a la gravedad de los hechos, uno de los locutores anun­ció que el joven iba a diri­girse a la ciudadanía:

 

El antiguo Palacio Presidencial (hoy Museo de la Revolución) por la parte de atrás, que da a la calle Colón, por donde entraron los asaltantes. Foto: Archivo del periódico Granma

“¡Pueblo de Cuba!—co­menzó la arenga—. En es­tos momentos acaba de ser ajusticiado revolucionaria­mente el dictador Fulgen­cio Batista. En su propia madriguera del Palacio Presidencial el pueblo de Cuba ha ido a ajustarle cuentas, y somos nosotros, el Directorio Revoluciona­rio, los que en nombre de la Revolución cubana he­mos dado el tiro de gracia a este régimen de oprobio. Cubanos que me escuchan, acaba de ser eliminado…”.

La transmisión quedó trunca. El texto completo se supo mucho después y finalizaba con la siguiente exhortación:

¡Ciudadano! Colabora con el Directorio Revolu­cionario y sal a la calle.

¡Ayuda a los revolucio­narios!

¡Préstales tu coopera­ción!

¡Cubanos! ¡La Revolu­ción está en marcha!

¡Únete a ella!

Como señaló el desta­cado intelectual Eduardo Torres Cuevas: “El ataque al Palacio Presidencial ha provocado debates no siem­pre históricamente bien fundamentados. Algunas veces mal intencionados. No se trató de un hecho desesperado, mal planifi­cado o de ingenuidad mili­tar. La tesis del Directorio de ‘golpear arriba’ no des­cansaba solo en el ajus­ticiamiento del dictador. Ello se concebía como pun­to de partida para una in­surrección con el régimen decapitado y desarticula­do. Esa insurrección lle­varía a una huelga general nacional que pondría fin al batistato y, más importan­te, abriría las puertas a la Revolución”.

Un dato que pocas ve­ces se menciona es que no menos de una docena de los combatientes caídos en el asalto pertenecían a las filas de los trabajadores. Y es que en la proclama constitutiva del Directo­rio leída por José Antonio en el acto celebrado en el Aula Magna el 24 de fe­brero de 1956, se hacía un llamado “al pueblo, a los equipos y jefes revolucio­narios y a las vanguardias obreras y estudiantiles a juntarse por deber con los hambreados y los oprimi­dos, por compromiso para con los muertos sacrosan­tos de la Patria, en el tra­bajo incansable, el heroís­mo fecundo y el sacrificio desinteresado”.

Por otra parte, en la Carta de México suscrita ese mismo año, se hacía constar que la FEU y el 26 de Julio asumían la con­signa de unir a todas las fuerzas revolucionarias, morales y cívicas del país, a los estudiantes, los obre­ros, las organizaciones ju­veniles y a todos los hom­bres dignos de Cuba, para que secundaran la lucha.

La concepción unita­ria de trabajadores y es­tudiantes en el empeño emancipador databa del liderazgo universitario de Julio Antonio Mella y se evidenció aquel 13 de mar­zo de 1957.

Basta mencionar al­gunos ejemplos entre los asaltantes que perdieron la vida en aquella glorio­sa jornada: Luis Felipe Almeida Hernández ob­tuvo muy joven un empleo en la compañía de elec­tricidad donde trabajaba su padre; Adolfo Delgado Rodríguez era chofer de ómnibus; Ubaldo Díaz Fuentes trabajaba en el Mercado Único; Pedro Luis Esperón laboraba desde los 18 años en una finca de la que fue des­pedido por participar en una huelga, trabajó de retranquero en el central Habana y después fue te­jedor en la textilera Ari­guanabo; Gerardo Medi­na Cardentey era cajero del hotel Globo, poste­riormente llamado Vuel­tabajo; Eduardo Panizo Bustos era empleado del cabaré Tropicana; Evelio Prieto Guillama fue con­ductor de ómnibus; Pedro Téllez Valdés laboraba en correos…

Universitarios a quie­nes las balas troncharon sus carreras y otros jóve­nes estudiantes y revo­lucionarios se unieron a hombres humildes de las más diversas ocupaciones en una de las acciones más audaces de la lucha insu­rreccional. Sin duda, como afirmó José Antonio, aquel 13 de marzo el pueblo fue a ajustarle cuentas al tirano.

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