Icono del sitio Trabajadores

Rodrigo Álvarez Cambra, alquimista de la salud

En la tarde de este jueves falleció en La Habana el eminente médico cubano Rodrigo Álvarez Cambra, también Héroe del Trabajo de la República de Cuba. En su honor publicamos nuevamente la entrevista que Trabajadores le realizara hace poco más de dos años.

A Rodrigo José Álvarez Cambra nadie osó nunca discutirle el mérito de ser uno de los más prestigiosos médicos ortopédicos del mundo, si no el mejor. De ello dan fe no pocos jefes de Estado, afamados ar­tistas, deportistas de élite, has­ta el elegantísimo Caballero de París, quienes se contaron en­tre sus pacientes, así como mi­les de personas comunes y sen­cillas del pueblo.

Con 86 años recién cumplidos, su pequeña estatura desmiente al baloncestista que fue cuando es­tudiaba en el colegio habanero Los Maristas. Ni su acompasada y por momentos inaudible voz re­vela algún signo de que antaño interpretara un tango o una can­ción mexicana, sus predilectas.

Su amplio y sobrio despacho está ubicado permanentemente en su casa, luego de jubilarse a fines del 2016. Diplomas, tí­tulos, órdenes, regalos e infal­tables fotos adornan el local. Sobresale Francois Mitterrand mientras adosaba a su pecho la Legión de Honor de Francia; además es­tán Yasser Arafat, Juan Velasco Alvarado, Juan Antonio Samaranch, cuando le imponía el Collar Olímpico —único mé­dico en el mundo que lo posee—, Saddam Hussein y otras perso­nalidades.

“Saddam era íntimo ami­go mío. Junto al Gallego Fer­nández le llevamos una carta de Fidel para que retirara sus soldados de Kuwait.

Este otro es Vladimir Putin cuando visitó Cuba y me condecoró por mi participación en la guerra de Afganistán”, refiere orgulloso.

“Los soviéticos se enteraron de que en Cuba había un ortopédico famoso y pidie­ron que yo fuera. Tras analizar la situación, sugerí traer a los que estaban en peor estado. Fi­del lo autorizó y traje un grupo de heridos”.

Un hombre con suerte

Podría decirse que desde su na­cimiento la suerte acompañó a Rodrigo. Nació de un embarazo gemelar, el otro bebé —una hem­bra— murió al nacer. “Soy pina­reño nacido en La Habana. Mis padres, él asturiano y ella cu­bana, vivían en Candelaria, por entonces territorio de Pinar del Río, pero los médicos le cogieron miedo a la gestación de mi ma­dre y ella vino a parir a Hijas de Galicia, en Luyanó, donde vivía parte de la familia.

“El párroco de la iglesia de Jesús del Monte era mi tío; le de­cían Padre Gasolina, porque era muy dado a la bebida. A mi tía le decían la Sorda. Andaba con un bastón con el que golpeaba al que se metiera con ella. Eran fa­mosos en Luyanó”.

Ese barrio pobre haba­nero lo vio crecer y lo acer­có definitivamente a los su­frimientos del ser humano. Allí conoció la amistad y los primeros flechazos del amor, y al ver morir a su progenitor desterró el deseo de convertirse en ingeniero en puentes y carre­teras. Desde ese momento supo que sería médico, sin saber su futura especialidad.

Con 17 años matriculó en la Universidad de La Habana, pues un tío con buena posición económica pagó para que le cambiaran la edad en su parti­da de nacimiento. “Pero cerra­ron la Universidad, y me metí en la lucha insurreccional con­tra Fulgencio Batista”.

El 7 de diciembre de 1955, durante una manifestación es­tudiantil, resultó herido y sus compañeros lo llevaron al hospital Calixto García, a la sala Gálvez. “Como no estaba tan mal, me puse a ayudar y ese día me mojé con yeso… El refrán dice que quien se moja con yeso se ena­mora de la ortopedia… Yo me enamoré perdidamente.

“Desde entonces cada día ayudaba en esa sala. Me nombraron alumno oficial del Calixto García lo que le permitía desayunar, almorzar, comer y utilizar un cuarto del internado, en el que vivía. No recibía salario, pero hacía guardias casi todos los días”.

Se graduó en agosto de 1963 y su primer año de médico lo pasó en el Hospital Ortopédico Fruc­tuoso Rodríguez. Después se fue a la antigua provincia de Orien­te, pero como meses antes había hecho una solicitud para irse a luchar a Vietnam, se vio enrolado en una columna guerri­llera que llegó a África en apoyo a las fuerzas que combatían bajo las órdenes del Che.

Un día Fidel le pide que fue­ra a estudiar a Francia y al retornar le explicó la idea que tenía con él. “Me nombró director de un hospitalito que estaba donde hoy radi­ca el Frank País. Dijo que tenía que dirigir y hacer de aquello el hospital más grande de Cuba dedicado a la ortopedia, y si es posible de Latinoamérica. Es el actual Complejo Científico Or­topédico Internacional Frank País, el más grande de su tipo en el mundo.

“Vivir esta Revolución, te­ner 86 años y haber sido amigo de Fidel es tener suerte. Tam­bién lo es que no me fusilaran tras ser condenado a muerte por un tribunal militar. Es algo casi increíble, pero cierto.

“Durante la Crisis de Octu­bre estaba movilizado en la crea­ción de un hospital de campaña en Oriente, y junto a otros dos compañeros tuvimos un conflic­to con un jefe del lugar, quien era muy problemático, pero nosotros tenía­mos la razón. Incluso nos sacó su arma y nosotros sacamos las nuestras. Nos condenaron, sin embargo, al final nos ascendie­ron de grado militar y a ese jefe lo degradaron”. Fue la única vez que pensó en la muerte, y hoy, risueño, afirma que no se preocupó mucho. “Pensamos que la historia nos absolvería”.

Sobresale el carisma

Solo los que bien lo conocen pueden percibir que el Profe Ál­varez Cambra, más allá de las altísimas responsabilidades que ha tenido, es un tipo carismá­tico, con muchos chistes en su fraseo, incluso alguna que otra mala palabra.

Foto: Isabel Aguilera

Con la presencia de Mabel, su esposa, le hice una pregunta quizás capciosa: “Profe, dicen que usted es…”, no terminé la frase, pues no encontré el ad­jetivo exacto. Ahí comenzó a entrevistarme: “¿Que soy muje­riego, que soy un jodedor? ¿Eso dicen de mí? Pero, ¿qué cubano no es así? Si no fuera jodedor, no fuera cubano”.

Aplica la fórmula de salpi­car con anécdotas las cosas más serias, hablar de esto, de aque­llo, sin un aparente orden. A no dudarlo, son muchos los temas que ocupan su quehacer y su mente.

“Yo era el ortopédico del Comandante en Jefe. Me enteré en México que se había fractu­rado la rodilla por una caída y regresé al día siguiente. Si hu­biera estado aquí, lo hubiera operado yo.

Alquimista de la salud

Si algo sobresale en Álvarez Cambra es su exquisito tra­to, su amabilidad. Así lo de­mostró durante la entrevista y cada vez que se dirigió a Ma­bel, la esposa. “Llevamos 14 años de relaciones y no tene­mos hijos en común. Nos va­mos a casar próximamente, me anunció. Será mi tercera boda oficial”, detalló, y ella le rectifi­có con picardía: “Pero ha habi­do varias bodas extraoficiales, ¿verdad?”.

Ahora anda con nuevos pro­yectos. “Aún me queda mucho por hacer, por leer. El mes pa­sado presenté mi autobiografía y escribo otro libro: Las siete vidas del gato y una más, en el que narro las tantas veces en que mi vida ha estado en peli­gro. Incluyo una en que estuve muy grave y me tuvieron que operar cinco veces en cinco días por un shock séptico en el hombro”.

Hijo Predilecto de la mayor parte de las provincias cuba­nas, el Profe Álvarez Cambra, Héroe del Trabajo de la Repú­blica de Cuba desde 1992, no se arrepiente de nada de lo hecho hasta hoy.

¿Su obra mayor?, pregunté: “Cumplir mi compromiso con Fidel de llevar la ortopedia cu­bana a los más altos niveles”, me asegura.

Entonces pienso en las innumerables ocasiones en que personas desconocidas le esperaban a la puerta de su casa para que le atendieran al­gún problema ortopédico. O el día aquel en que, mientras va­cacionaba en una piscina, de­tectó un problemita en el cami­nar de un niño. “Casi siempre que eso ocurría, montaba al que fuera en su carro y lo llevaba al hospital. Y no lo dejaba de la mano, lo atendía hasta el final”, me apunta Mabel. ¨Eso también es obra grande, es cumplir con Fidel¨, indicó el profe.

Compartir...
Salir de la versión móvil