Editorial: Nuestras Elecciones (I)

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“No hay democracia en Cuba”, repiten hasta el cansancio los que adversan el sistema político cubano. “¿Cómo puede haberla con un solo par­tido?”.

 

Foto: Rafael Fernández Rosell/ACN
Foto: Rafael Fernández Rosell/ACN

A la pregunta habría que responder con otra: ¿quién dijo que democracia significa mul­tipartidismo?

Democracia es, en todas las acepciones del término, gobierno del pueblo. Y podríamos agregar: por el pueblo y para el pueblo.

El multipartidismo es, con todo respeto para la mayoría de las sociedades contemporá­neas que lo consideran garantía de democracia, una fragmentación de las fuerzas políticas de la nación, con un fin supremo: disputar el poder.

Es así como el sentido de servicio a las ma­yorías queda relegado y ellas mismas no llegan a las candidaturas.

Cuba no puede ser medida bajo ese crite­rio, porque su sistema electoral fue concebi­do, justamente, para superar las limitaciones que tienen los modelos tradicionales para fa­vorecer el acceso del pueblo al poder.

Pero, no es propósito de este editorial cuestionar la legitimidad de los procesos elec­torales de otras naciones, ni exaltar nuestros méritos denigrando a los otros, pues estaría­mos cayendo en el mismo error de los muchos que, sin conocer el sistema electoral cubano, lo descalifican por no ser calco y copia del que ellos defienden.

Una verdad sí debe ser dicha: Cuba ya co­noció y practicó el multipartidismo y el pue­blo siempre perdió en la pelea de los partidos. Cuba cree en la fuerza que la unidad de mi­llones de ciudadanos en torno a un solo Par­tido, le aportan a sus necesidades y demandas como sociedad.

Al aprobarse este domingo las candida­turas locales para nuestras Elecciones gene­rales, se está iniciando uno de los más im­portantes procesos del sistema político que se ha dado a sí misma la nación, para ga­rantizar el ejercicio de la democracia plena desde la participación ciudadana. Sin ella, la democracia estaría vacía de contenido. Sería una entelequia.

El 1.º de diciembre del 2022, el Consejo de Estado libró la convocatoria a elecciones nacionales para elegir, por el término de cinco años, a los diputados que nos repre­sentarán en la Asamblea Nacional del Poder Popular.

Este proceso, de amplia transparencia, tendrá un momento importante el domingo 26 de marzo, cuando las cubanas y los cuba­nos acudiremos a las urnas a ejercer nuestro derecho al voto libre, igual, directo y secreto. Allí estaremos eligiendo al órgano supremo del poder del Estado y, al propio tiempo, re­afirmándonos como actores de la política del país.

La democracia que no hay en Cuba es la que practica la sociedad del capital, la del im­perio del dinero y la influencia, la que pre­tende imponerse a todos los países, sin consi­derar su historia, tradiciones y organización social y política.

En los modelos que se pretenden democrá­ticos per se, suele ganar quien invierta “con más eficiencia” los millonarios montos recau­dados en campañas desiguales, quien compre más espacios en el concierto mediático, quien más lodo vierta sobre sus rivales, quien más promesas haga.

La democracia cubana, genuina, auténti­ca —no importada— tiene apellido: Socialis­ta. Su esencia radica en la participación ciu­dadana, en el derecho de todas las personas a tomar parte en la construcción económica, política y social de la nación.

Por más que sucesivas administraciones estadounidenses y los peones a su servicio en las redes sociales pretendan pintarle al mun­do una Cuba de gobierno rígido, autoritario y fallido, la fuerza de la verdad siempre será su­perior a las ridículas campañas de descrédito.

La fiesta electoral que está comenzando es parte inseparable de esa verdad que quizás no hemos sabido contar con todos sus méritos. Es perfectible, no perfecta. Hasta en eso se nos parece más que todos los modelos que quieren vendernos.

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