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Que la barbarie nunca más tenga espacio en América Latina

Por: Yaima Puig/ Alina Perera

BUENOS AIRES.-Aquella tarde de cielo azul claro, donde no había nubes, una de nosotras rompió a llorar sin contenes frente a las aguas brillantes del Río de la Plata. Las lágrimas no eran de emoción estética, ni provocadas por sorpresa alguna: Las gotas sobre la piel eran muy amargas, vertidas en pos de todos los hijos del mundo, y ante la ceguera de una civilización que ha cometido crímenes imperdonables.

 

Foto: Estudios Revolución

-¿Cuántas personas habrán sido lanzadas al río?, preguntamos a Tomás Tercero, de 33 años, quien en el 2019 nos guió, en esta ciudad, por los espacios del Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado, en el Parque de la Memoria.

-No se puede saber…, dijo el joven, quien además enunció que las víctimas seguramente superan la cifra que se maneja oficialmente.

Como golpetazo al corazón Tomás Tercero explicó que a la mayoría de las víctimas de los vuelos de la muerte las drogaban, para que no pudiesen reaccionar. Pensamos en la impotencia de tantas mujeres y hombres; y en una analogía de contextos, una de nosotras —nacida en los setenta del siglo XX— recordó que mientras su generación disfrutaba de una infancia feliz en Cuba, estudiando y jugando con los refrescos a la hora de la merienda escolar, en otros lugares de Nuestra América, como en el Sur, la vida no valía nada.

Habíamos llegado al país sureño en los primeros días de diciembre de 2019, para reportar la visita al país austral del Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, invitado para asistir a la toma de posesión del presidente electo Alberto Fernández, y de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

El acto de toma de posesión tendría lugar el 10 de diciembre, y como parte de la agenda de aquellas horas Díaz-Canel Bermúdez recorrería el Parque de la Memoria. Allí, pondría su atenta mirada frente al Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado, ante las 30 000 piezas oscuras, de piedra patagónica, de las que solo unas 9 000 tenían timbrado un nombre —las que nada tenían puesto eran símbolos de las víctimas sobre las que nada se supo.

Por Tomás Tercero supimos que el Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado contiene los nombres de los detenidos, los desaparecidos, los asesinados por la represión que perpetrara el Estado desde 1976 hasta 1983. Allí cuatro estelas de hormigón contienen las 30 000 piezas; de las cuales, las que tienen un nombre, incluyen la edad de las víctimas (todas tan jóvenes…); y en el caso de las mujeres embarazadas, hay una señalización de ese detalle.

Dos cubanos desaparecidos en 1976 forman parte de la extensa relación de las víctimas: Jesús Cejas, de 23 años, y Crescencio Galañena, de 27. Ambos integraban el colectivo diplomático de Cuba en Argentina cuando fueron devorados por la ceguera del terror.

La creación del Parque de la Memoria, y del Monumento a las víctimas del terrorismo de Estado se remonta a finales de los años 90 del siglo XX, a partir de la Ley 46 de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como una experiencia inédita de participación: organismos de Derechos Humanos, la Universidad de Buenos Aires y el Poder Ejecutivo y Legislativo de la Ciudad trabajaron de manera conjunta para la concreción de ese escenario.

El recinto de memoria trata el asunto de los derechos humanos desde una perspectiva histórico-social y relaciona el pasado reciente con problemas del presente. No busca cerrar heridas ni obviar la verdad y la justicia sino convertirse en sitio de homenaje, testimonio y reflexión.

FOTO BARCO

En tributo a las víctimas del terrorismo de Estado entronizado en Argentina desde 1976 hasta 1983, el Presidente Díaz-Canel Bermúdez lanzó, en diciembre del 2019, una flor blanca a las aguas del Río de la Plata. Fue en el Parque de la Memoria, donde un monumento recuerda a los desaparecidos, y donde las aguas son testigos sobrecogedoras de los prisioneros que a ellas cayeron desde los llamados «vuelos de la muerte». Foto: Estudios Revolución.

 

De vuelta a la ciudad, recordamos que desde la orilla, en 2019, habíamos avistado la escultura de un hombre delgado, muy joven, de pie sobre las aguas. Tomás nos había explicado entonces que se trataba de una obra de arte titulada «Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez», cuya autoría es de Claudia Fontes (Argentina, 1964), quien se inspiró en el retrato de un adolescente desaparecido a sus 14 años.

«Esto es algo que la sociedad se debía a sí misma», había explicado el joven guía de 33 años: «La sociedad reclamaba saber cómo sucedió todo —dijo en referencia a los años de terrorismo de Estado—; y así es que los organismos de derechos humanos impulsaron la frase de “memoria, verdad y justicia”. La memoria para recordar lo que sucedió y que no se vuelva a repetir; la verdad, porque necesitamos conocerla; y la justicia, porque no hablamos ni de venganza ni de reconciliación, sino de plantearnos una justicia que debería ser igualitaria para todos los sectores de la sociedad; y es por eso que las abuelas, madres, familiares, hijos, todos, reclaman justicia».

«La artista se dio cuenta –contó Tomás Tercero-, cuando en 1999 estaba pensando en qué escultura iba a realizar para el concurso internacional del cual saldrían las esculturas destinadas al Parque de la Memoria, de que en 1977 ella también tenía 14 años, la misma edad que tenía Pablo Míguez cuando lo desaparecieron junto con su madre».

«La estaban persiguiendo (a la madre) por partidaria política, y se supo que a ellos los tuvieron secuestrados en tres centros clandestinos distintos, y justamente se pudo reconstruir la historia de Pablo debido a los testimonios de los distintos testigos de los centros clandestinos. (…) Se pudo reconstruir dónde estuvo detenido Pablo Míguez, y al mismo tiempo reconocer que él fue una de las víctimas de los vuelos de la muerte; por eso es que este parque se ubica en las cercanías del Río de la Plata, porque muchas de esas víctimas fueron lanzadas al Río de la Plata con vida».

De la necesidad de la memoria, de la gratitud hacia aquellos a quienes debemos la sobrevida estuvo llena, en 2019, la agenda del mandatario Díaz-Canel Bermúdez en Buenos Aires, quien también visitó en la ciudad el Museo de la Memoria, antiguo centro clandestino de detención y tortura de la última dictadura militar (1976-1983). A propósito, el dignatario valoró que ese encuentro con la historia de un país hermano constituye «una experiencia para toda la vida».

Según se puede consultar en materiales alusivos a uno de los capítulos más tristes sufridos por Nuestra América, el museo radica en una de las antiguas instalaciones de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA). El lugar tuvo un núcleo operativo que fue el Casino de Oficiales, un edificio destinado originalmente al esparcimiento y descanso de los marinos.

Allí estuvieron detenidos, en los años de terror, cerca de 5 000 hombres y mujeres; y se sabe que solo unos 200 han podido contar sus historias.

En compañía de su esposa, Lis Cuesta Peraza, el dignatario recorrió con especial atención los recintos del Museo de la Memoria en Buenos Aires. Al final de esa visita, escribió sobre las hojas de un libro para visitantes, que el lugar «honra la memoria de los desaparecidos que siempre estarán presentes». Foto: Estudios Revolución.

 

Al llegar al Museo de la Memoria, en 2019, a los cubanos se nos hizo un nudo en la garganta. Allí esperaban sobrevivientes de aquella experiencia terrible: Mercedes Carazo, Ana Testa, Graciela García Romero, Silvia Labayru, Ricardo Coquet, Vera Jarach, y otros luchadores marcados en lo profundo por la bestialidad de los verdugos.

A quienes sufrieron el terror los encapuchaban, los maniataban, les ponían números. Fueron fascistas todas las recetas que en ese tenebroso espacio aplicaron. Los testigos contaron sobre cómo se aferraron a pedazos del paisaje natural para sobrevivir, sobre cómo parían las mujeres y muchas veces eran violadas. Contaron sobre los vuelos de la muerte (desde donde lanzaban a las aguas del Río de la Plata a los prisioneros), sobre las torturas físicas y sicológicas.

Al final del recorrido por los tristes recintos, Díaz-Canel estampó sobre las hojas de un libro para visitantes: «Cuba viene a compartir con ustedes apoyo, amistad, solidaridad, hermandad y convicción. Este emblemático lugar es un fuerte testimonio de la represión, el odio, la crueldad, el desprecio, el crimen, pero también de resistencia. Esta memoria histórica que es de Argentina pero también es de Nuestra América, hay que compartirla, enseñarla, hacerla visible para que la barbarie nunca más pueda tener espacio ni pueda obstaculizar los sueños emancipadores de Nuestra América, para aportar a la construcción de un mundo mejor que es posible. Honra la memoria de los desaparecidos que siempre estarán presentes».

Minutos antes el Jefe de Estado agradeció a los anfitriones por el gesto de compartir sus recuerdos, y definió a las víctimas de este terror, a sus ejemplos, como la luz y amanecer de lo que aspiramos todos para América Latina y el mundo, un mundo mejor «que sabemos que es posible».

«No los vamos a olvidar». Ese día de luz amarilla el Jefe de Estado compartió tal certeza con sus hermanos argentinos. Y estas reporteras, testigos de episodios estremecedores, sentimos que tampoco olvidaremos las heridas de un pueblo hermano. Así lo sentimos en estas horas, cuando hemos vuelto a un escenario austral, familiar, que ya nos marcó para toda la vida.

 

«No los vamos a olvidar», dijo ese día de luz amarilla en Buenos Aires, el Jefe de Estado a propósito de las víctimas del terrorismo de Estado. Fue su certeza compartida en el año 2019, en el Museo de la Memoria —antiguo centro clandestino de detención y tortura de la dictadura militar (1976-1983)—. El dignatario valoró aquel recorrido como «una experiencia para toda la vida». Foto: Estudios Revolución.
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