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RETRATOS: La otra casa del Chino

A Lino Pérez Cabrera muy pocos lo conocen por su nombre: todos le dicen el Chino. Afable, sencillo y muy profesional, está siempre dispuesto a atender a todos los que se le acercan en el Palacio de las Convenciones de La Habana, centro del cual es fundador.

 

Lino Pérez Cabrera, conocido como el Chino, ha entregado su vida laboral al Palacio de las Convenciones. La profesionalidad ha caracterizado su labor. (oto: Agustín Borrego Torres)

Según cuenta, concluía el Servicio Militar en una unidad ubicada en San Antonio de Los Baños, cuando Esther Sosa, quien se desempeñaría como directora de protocolo del Palacio, llegó a la unidad con el interés de captar jóvenes desmovilizados para capacitarse y luego laborar en el futuro Palacio de las Convenciones.

“Preguntó quiénes deseaban esa opción, pero no estuve entre los que levantó la mano. Quería seguir estudiando, mi sueño era convertirme en ingeniero textil, porque me había graduado como técnico medio.

“Sin embargo, no pude continuar los estudios y finalmente, matriculé en la escuela de protocolo. El Palacio de las Convenciones se inauguró en 1979 para la celebración de la VI Conferencia Cumbre del Movimiento de Países No Alineados celebrada en La Habana”, recuerda.

De entonces a la fecha, Lino Pérez ha dedicado toda una vida la bella instalación. “Empecé como dependiente de salón y llegué a ser jefe del restaurante El Bucán y la Cafetería de los delegados, entre otras funciones”.
De Palma Soriano a La Habana.

Nació el 13 de mayo de 1957, mientras sus padres, Luisa Cabrera y Lino Pérez, fungían como colaboradores de las tropas rebeldes por la zona de Bueycito, en la provincia de Granma.

“Mis hermanos mayores me contaron que la familia ayudaba a cuidar a los rebeldes heridos y les dábamos alimentos. Por allí pasaban los guardias de Batista preguntando por los Mau Mau (así llamaban a nuestros combatientes) y nadie decía nada”. De manera que Lino bebió el néctar de la Revolución desde sus propias raíces.

Con 14 años, el jovencito comienza vivir en La Habana. “Mi hermana Dignora, me trajo para su casa. Empecé a estudiar en la Escuela Taller Abel Santamaria, donde me gradué como técnico de nivel medio en la rama textil, con la idea de ir a estudiar la ingeniería en la Unión Soviética. Pero al concluir, fui llamado al Servicio Militar Activo. Entonces, es cuando comienzo en la Escuela de Gastronomía y Turismo Sergio Pérez”, acota.

Un momento importante en su vida, fue el cumplimiento de la misión internacionalista en la República Popular de Angola, en los años 1981 al 83. “Estuve en el sur angolano, empecé en Quibala y terminé la misión en Huambo, en la lucha contra bandidos”, añade.

Lamentablemente, sufrió las heridas derivadas de la explosión de una mina antitanque. “Todavía la huella está en mi cabeza, pues tuve una fractura en el cráneo. Debido a eso, retorné a Cuba.

“En 1984 tuve una experiencia muy interesante, pues viajé a Suiza, Italia, España y Canadá, en aras de dar promoción a los eventos del palacio.”

 

Chiquitico, dame un café

Laborar durante tantos años en el Palacio de Convenciones le ha permitido al Chino interactuar con personalidades de la política, la cultura y el deporte de la Isla, así como con representantes de otras naciones.

En el importante recinto, se han celebrado cientos de congresos internacionales de Salud, Educación y Cultura, además de ser la sede permanente de las sesiones ordinarias y extraordinarias de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. “Servir con eficiencia y profesionalidad ha sido siempre la máxima del colectivo al cual pertenezco, asegura Lino.

Sin embargo, los momentos más entrañables fueron aquellos en que se esperaba la presencia del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.

“Podía aparecerse por cualquier lugar. Un día yo estaba en el bar que está frente a la Sala No. 4 y Fidel se acercó. Me dijo: ‘Chiquitico, dame un café’ y después que se lo tomó, manifestó: ‘Hoy voy a ser breve’.

En esa oportunidad, el Comandante tenía una reunión con los estudiantes de la FEU. “El encuentro terminó a las seis de la mañana del otro día. Lo vi en múltiples ocasiones y resultaba muy emocionante”, afirma.

Recuerda que en el 2018 estuvo trabajando en la embajada cubana en Ecuador y regresó en el 2020. “Enseguida me incorporé al Palacio, a trabajar de dependiente en el salón”.

Siempre está de buen carácter. “Lo que me pone bravo es que se hagan mal las cosas”, dice este trabajador que ha sido jefe y maestro de varias generaciones.

“Muchos me preguntan por qué todos quieren laborar conmigo. Respeto a todos los compañeros, no me gusta llamarle la atención a nadie delante de los demás, no les hago pasar pena, tampoco le hablo en mala forma porque no es educativo. Ese es mi método.

Amante de la familia, las hijas y nietos, alega que se levanta a las cinco o cinco y media de la mañana, a preparar el desayuno de todos. Le gusta probar sus dotes de chef y hace, siempre que puede, el plato favorito de los de casa: la fajita de pollo. Según dice, deshuesa el muslo y el contramuslo en tiritas. “Las adobo y las dejo dos días en el frío. Después las escurro y las paso por harina; luego por huevo y pan rallado, para freírlas en aceite caliente”.

Asegura que el Palacio es como su otra casa. Ahí ha tenido su otra familia y están los recuerdos de toda una vida entregada a la Revolución.

 

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