El Profe Salas Rubio: “mi futuro es hoy”

El Profe Salas Rubio: “mi futuro es hoy”

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El Profe José Hernán Salas Rubio llama la atención por varias razones: aunque parece tener menos edad, el siete de abril próximo cumple 92 años; su memoria es asombrosa y aunque en un papelito traía algunos apuntes, no tuvo que leerlos para mencionar por su nombre y dos apellidos a cuanto colega, jefe, compañero de clase, de labor, o amigo iban surgiendo en el transcurso de la entrevista.

 

José Hernán Salas Rubio. Foto: Alejandro Acosta Hechavarría

 

Es un hombre alto, “paradito”, como decimos cuando un ya nonagenario siempre está erguido. Puntual llegó a esta conversación que inicialmente creí embarazosa, pues tenía que dejar en casa a la esposa enferma, encamada, al cuidado de una amiga. “Llevamos 60 años de casados y esa es mi gran tarea ahora, cuidarla. Cuando comenzamos la relación yo andaba un poco de picaflor; pero me sentía vacío espiritualmente. Ella me llenó con su dulzura y comprensión. Lamento mucho su deterioro”.

Por cuántas cosas no habrá pasado el doctor Salas Rubio en sus años de vida. Buenas y malas, anecdóticas todas. Posee dos títulos de médico ―uno de la Universidad Central de Venezuela y otro de la Universidad de La Habana―. El de Héroe del Trabajo de la República de Cuba lo obtuvo este año, semanas después del Primero de Mayo, pues por esos días sufría la Covid-19.

 

Foto: Alejandro Acosta Hechavarría

 

Al cerrar sus aulas la Universidad de La Habana en 1958 ya cursaba su sexto año y se va a Venezuela. Matricula en Caracas las asignaturas que le restaban y se gradúa y regresa a Cuba en junio del 59. “El título dice Médico Cirujano”, precisa.

A su llegada se reincorpora a la Universidad habanera con su anterior curso, ya en exámenes finales, y termina en enero del 60. “Ese título dice Doctor en Medicina”. De ahí los dos pergaminos.

Ese mismo año se crea en Cuba el Servicio Médico Rural. “Ya como graduados, recuerda, deciden ubicarnos en lugares vinculados con la Reforma Agraria; nos contratarían como médicos, pero los estudiantes pedimos ir a cualquier lugar de Cuba, algo así como una misión voluntaria. Yo quería ir a Baracoa, porque allí nací y me destinaron entonces a Gran Tierra, en Maisí. Por 6 meses me nombraron director del hospital de ese lugar”

Supo del nacimiento de su primer hijo estando allá, en Gran Tierra, Maisí. “Avisaron al farero del lugar más oriental de Cuba y me dio la noticia. Cuando aquello no habían teléfonos móviles”.

 

Un poco de historia

A su triunfo, la Revolución solo encontró el 50 % de los médicos que había antes en el país. “Pedí que me permitieran formarme en esa especialidad por un año en el Instituto Burdenkov, en la Unión Soviética. Por suerte, yo tenía alguna experiencia de esa área desde mi etapa estudiantil.

“Como estudiante me habían situado en un Banco de Sangre ―lo que no me gustaba―, pero a quien ubicaron como ayudante del médico neurocirujano tampoco le gustaba mucho esa función y me propuso que yo ocupara su puesto. Acepté. Mi primera operación, como ayudante, fue en el hospital Hijas de Galicia. Operamos un aneurisma de la arteria comunicante anterior y eso me impresionó”.

A partir de ahí comenzó a estudiar el sistema nervioso, anatomía, fisiología, neurocirugía. Lo fascinó el estudio del cerebro y decidió dedicarse por siempre a esa especialidad.

A su regreso del famoso centro soviético, un año después, en 1962, lo ubican en el hospital Finlay, pues ya era militar. “Había ingresado en las Fuerzas Armadas, por causalidad, sin pedirlo, desde los primeros meses de 1959, estando aún como estudiante en Venezuela. Desde Cuba un amigo me inscribió en la Marina de Guerra Revolucionaria como sub oficial. Incluso a través de la embajada cubana, recibía allá mi salario”.

Es de los fundadores del hospital Naval, centro que inició su labor hace 60 años con médicos cubanos y soviéticos, entre ellos una neuróloga y un neurocirujano de aquel país. “Ya para 1964, con la graduación de los primeros neurocirujanos cubanos, nosotros nos vamos haciendo cargo del trabajo en esta institución”, rememora.

En 1973 se va a Siria en misión internacionalista. Lo ascienden a Capitán y pasa al Ejército con esos grados. Antes acompaña a las delegaciones deportivas cubanas a los Juegos Centroamericanos de Puerto Rico, en 1966, y a los Panamericanos de Winnipeg en 1967, en ambas como neurocirujano. Obtiene su primer doctorado, en Ciencias Médicas, en Bulgaria, el de Doctor en Ciencias lo logra en Cuba. Ya es toda una institución en su especialidad. Dos veces Doctor en Ciencias.

 

¿Momentos difíciles?

Muchos. Un día estaba de guardia en el hospital Finlay y traen un herido, con golpes en la cabeza. “Iba manejando y chocó su automóvil. El paciente era el Profesor Carlos Manuel Ramírez Corría, Padre de la Neurocirugía en Cuba. Lo atendí. No me podía equivocar. Estaba en coma con una contusión cerebral grave. El proceder médico fue muy correcto, pero lamentablemente falleció”.

A poco de graduarse, en Gran Tierra, Baracoa, se le presentó el caso de una niña recién nacida con un encefalocele o meningocele. “No podía vivir con ese problema, un abultamiento frontal que con facilidad podía romperse, y el paciente morir por meningoencefalitis. No había instrumental quirúrgico, ni elementos técnicos para anestesia. No podíamos trasladarla ni a La Habana ni a Santiago de Cuba, y le dije al padre que yo creía que podía hacer esa operación, pero que podía morir. Aceptó. Le infiltré un anestésico local y con instrumental de oftalmología pudimos operarla y salvarla”.

Es Teniente Coronel, jubilado de las FAR por los años 80, y contratado de inmediato como Profesor Consultante de su especialidad. “Tuve una vida militar bastante prolongada. Ahora soy trabajador civil de las FAR. Tengo mi jubilación de las FAR y gano mi salario como Profesor Consultante”.

El Profe no recuerda el momento de su última operación. “Noté que me temblaban un poquito las manos. No tenía ya la precisión debida y me dediqué entonces a la docencia, a pasar visitas”.

¿Hijo de familia acomodada? pregunto. “No, hombre no. El último empleo de mi padre en Baracoa fue el de inspector de aduana en el gobierno de Grau San Martin. Habían tráficos inadecuados en el puerto por parte del que era su administrador y papá se le opuso. Pero a quien botaron fue a mi padre, quien había sido candidato a Concejal por el Partido Socialista Popular en Baracoa.

De joven le gustaba jugar billar. “Claro, también me gustaba bailar;  tomo bebidas alcohólicas muy ocasionalmente. No porque no me guste, sino porque en dos ocasiones tuve sangramiento digestivo producto de una úlcera duodenal”.

La mayor parte de su tiempo hoy lo ocupa en atender a la esposa enferma. “Pero leo mucho, sobre todo en las mañanas”, me dice.

“Tengo una buena biblioteca con mucho de neurocirugía. Releo los libros y siempre encuentro algo que antes pasé por alto. Necesito mantenerme profesionalmente actualizado, pues la lectura me conserva una llamita encendida en el cerebro. Si solo fuera enfrentarme a los problemas, entonces embrutezco.

¿Qué es lo que más añora de su etapa más vital? “El salón de operaciones. Si pudiera volver a operar en un salón de operaciones yo sería el hombre más feliz del mundo”.

¿Cómo ve su futuro? “Mi futuro es hoy”, respondió entre risas.

¿Ser héroe? “Yo lo veía como algo para un trabajo de mucho esfuerzo físico, en la agricultura, la construcción, etc. Por eso es una emoción muy especial, muy singular.

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