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A Enrique Núñez Rodríguez se le recuerda sonriendo…

A Enrique Núñez Rodríguez, ese hijo ilustre de Quemado de Güines, se le recuerda sonriendo. Sonriendo él, en cada uno de sus retratos, en sus entrevistas, en las tertulias que animaba en la Uneac, que fue su casa, y en cualquier otro sitio. Sonriendo uno mismo, al evocar sus artículos de fino y criollo humor, sus ocurrencias, sus guiones para el teatro, la radio y la televisión.

Más de una generación de cubanos disfrutaron sus columnas en Juventud Rebelde, sus muchos libros, en los que hacía la crónica deliciosa de otras épocas, que él revivía con sus apuntes tantas veces autobiográficos. Con Núñez muchos conocieron las historias maravillosas del Martí, ese teatro que amó, las anécdotas de personalidades y personajes, el cuentecillo pícaro y picante —algunos para publicar y otros para escuchar en privado, porque, como decía, hay trapos que es mejor lavarlos dentro de la casa.

Su estilo diáfano, directo, juguetón… lo hizo un escritor muy popular. Y su versatilidad hizo el resto. Escribiendo humorísticos para la radio o la televisión, o publicando sus crónicas y reseñas en importantes periódicos y revistas, Enrique Núñez era inconfundible. Mereció grandes premios, pero todo lo cambiaba —lo confesó más de una vez— por el cariño de su público, de su pueblo. Los que lo conocieron dicen que era muy simpático, texto mediante… pero personalmente, ya era una fiesta.

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