Con Filo: ¿Trabajadores sin sueños?

Con Filo: ¿Trabajadores sin sueños?

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Bastante conocida resulta entre nosotros esa analogía, no sin ciertos alcances filosóficos, de que hay un grupo de personas que ven un vaso medio vacío donde otra parte ve un vaso medio lleno, en correspondencia directa con el estado anímico y las posturas que cada quien tiene ante la vida.

 

Ilustración: Martirena

Por supuesto que tener una visión optimista de la realidad y de las perspectivas que tenemos ante nosotros no solamente es cuestión de voluntad personal, sino que intervienen en ella muchos factores objetivos, concretos, que determinan nuestra manera de apreciar el presente y el futuro.

Un joven colega me definía hace un tiempo su precaria situación existencial, al decirme que prácticamente no era capaz de albergar ningún sueño como trabajador, ante las dificultades y las limitaciones que la compleja situación económica cubana nos impone a muchas personas.

Sabemos que esta perspectiva desalentadora, pesimista, no es exclusiva solo de ese amigo mío. Sin embargo, nunca debería haber suficiente motivo para persistir en esa postura derrotista, si actuamos en función de superarla.

Soñar no cuesta nada, dice también otro refrán, y sin llegar a ser utópicos o mostrar falta de realismo, siempre es provechoso afrontar las circunstancias con un espíritu positivo que nos permita transformar lo negativo en algo favorable para nosotros, nuestras familias y para la colectividad.

Porque los sueños —en ese sentido de las aspiraciones al mejoramiento humano individual y colectivo— se construyen siempre sobre la base de un presente donde ese propósito ideal es algo lejano y difícil. Si fuera fácil y asequible sin esfuerzo alguno, pues, sencillamente, ya no sería un sueño.

La mejor manera de alcanzar ese objetivo superior que nos puede parecer lejano hoy, es mediante el trabajo, en cualquiera de sus múltiples variantes, y para eso siempre ha habido y habrá oportunidades.

Esta misma semana tuve la oportunidad de conversar con jóvenes empresarios, estatales y privados, que participan en la Feria Internacional de La Habana, en muchos casos con una preparación profesional y una solidez en la visión de sus sueños que resulta envidiable y esperanzadora.

Y así debería ser siempre. Porque podríamos decir que de cierta manera casi resultaría una contradicción antagónica ser trabajador y no poseer un sueño al cual consagrar tiempo, esfuerzo e inteligencia.

Muchas de las transformaciones que nuestro país realiza como parte de la actualización de su modelo económico y social son precisamente para ir recuperando de modo progresivo esa relación lógica tan dañada que debe existir entre el trabajo, su valor real y remuneración, el aporte individual y colectivo, y la magnitud y certeza de poder alcanzar nuestros sueños, sean materiales o no.

Porque la capacidad de movilizarnos para impulsar un sueño depende en gran medida de la calidad, de la altura de esas pretensiones. Quizás ni siquiera valdría la pena soñar con algo que no nos eleve en nuestra condición de seres humanos, o que disminuya a otras personas, o que a largo plazo ponga hasta en riesgo la existencia de nuestra especie y de la vida en el planeta.

Ya sabemos, además, por otra antigua certeza, de que no solo de pan vive el hombre y la mujer. No obstante, ponernos en condición de satisfacer cada vez más nuestras necesidades materiales y espirituales tiene que ser un propósito irrenunciable como sociedad, donde definitivamente, no debiera ocurrir que tuviéramos —como un contrasentido doloroso— trabajadores sin sueños.

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