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José María Pérez Capote: Quisieron desaparecerlo lanzándolo al mar

En los primeros meses de 1959, durante el Consejo de Guerra Revolucionario seguido contra 26 acusados por el delito continuado de asesinato precedido de tortu­ras, vejaciones y lesiones graves, se pudo precisar que los cuerpos de Dionisio San Román Toledo y Alejandro González Brito, princi­pales dirigentes del levantamien­to armado del 5 de septiembre de 1957 en Cienfuegos, habían sido lanzados al mar el día 12 de ese mes y año.

Igualmente se supo que simi­lar destino tuvo el de José María Pérez Capote, veterano dirigen­te sindical que desde marzo de 1952 se encontraba al frente de la Confederación de Trabajado­res de Cuba (CTC), debido a que la tiranía de Fulgencio Batista había impedido el regreso al país de su secretario general, Lázaro Peña González, que había viajado para participar en una reunión de la Federación Sindical Mundial (FSM).

Pérez Capote, líder de los tra­bajadores del transporte desde los primeros años de la década de los años treinta del pasado siglo, estuvo entre los fundadores de la CTC, en la cual fue miembro del Departamento Juvenil y de la se­cretaría de propaganda del Sin­dicato Nacional de Obreros del Transporte.

Había sido detenido el 20 de noviembre de 1957 en la esqui­na habanera de Carlos III y Be­lascoaín, y no obstante ingentes gestiones llevadas a cabo por sus familiares y amigos nunca se supo su paradero.

 

Siniestro procedimiento

El destino final de los cuerpos de Dionisio San Román Toledo, Alejandro González Brito y José María Pérez Capote, fue el mismo dado por los sicarios de la tiranía batistiana a otros destacados re­volucionarios, en muchas ocasio­nes aún con vida.

Tal proceder constituía una práctica acerca de la cual el ve­terano combatiente comunista Jorge Risquet Valdés, ya falleci­do, contó a esta periodista que en los días previos y posteriores a la insurrección del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba, y del desembarco del Granma, en la provincia de Oriente se desató una ola de terror y asesinatos que cul­minó en las denominadas Pascuas Sangrientas, en tanto en la capital del país se recurrió al método de las desapariciones, y precisó:

“A los detenidos, militantes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y del Partido Socialista Popular, se les sometió a crueles tor­turas en continuos interrogatorios para tratar de que revelaran deta­lles de sus actividades de lucha con­tra el régimen y denunciaran a sus compañeros y jefes, proporcionaran las direcciones de los domicilios de estos y de los lugares de reuniones, así como otras actividades clandes­tinas”.

Incansable batallador

Miembro de Defensa Obrera In­ternacional y de la Liga Juvenil Comunista, José María Pérez em­pezó su quehacer sindical bajo la dirección de Rubén Martínez Villena, quien le encomendó mi­siones tan importantes como la de dirigir el Club Juvenil Cultu­ral Deportivo Obrero de Luyanó, y la atención a la juventud traba­jadora de esa barriada y de las de Lawton, Diez de Octubre, Santos Suárez, parte del Cerro, y Gua­nabacoa, localidades que concen­traban numerosos centros indus­triales.

Por su combatividad, sus compañeros de labor en el para­dero de ómnibus de Palatino lo eligieron miembro del comi­té sindical, hecho que marcó el inicio de una brillante labor en defensa de los derechos de los trabajadores, a quienes apoyó en todas sus protestas y recla­mos. Además, participó activa­mente en la organización de la huelga general que derrocó a la tiranía de Gerardo Machado en agosto del año 1933.

También había integrado el Departamento Juvenil de la Con­federación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y la secretaría de propaganda del Sindicato Nacio­nal de Obreros del Transporte. Trabajó como secretario general de la Federación de Trabajadores de la provincia de La Habana; asumió responsabilidades que le permitieron relacionarse con di­rigentes de todos los sectores la­borales del país.

Fue ese el comienzo de un in­tenso quehacer sindical que se fortaleció en la lucha por la con­secución de la unidad obrera sin­dical, lo cual le ganó un indiscu­tible prestigio entre las masas trabajadoras y le convirtió en lí­der de primera línea.

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