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El delegado

El próximo 27 de noviembre Cuba asistirá a un proceso genuina­mente popular: las elecciones de los delegados que integrarán las Asambleas Municipales del Poder Popular; primer eslabón de la estructura de Estado, de extraordinaria relevancia en ese vínculo poder del pueblo-gobierno del pueblo que sintetiza la definición más aceptada del concepto democracia.

 

 

El delegado es el resultado de un proceso de amplia participación de las masas, nominado en reuniones de vecinos y —por mandato constitucional— es el encargado de velar por los intereses de la comunidad, manteniendo una relación activa con los electo­res y promoviendo la colaboración de todos en la solución de los problemas.

De ahí la importancia de la adecuada nominación, teniendo muy presente no solo sus cualidades, aptitudes intelectuales, o profesionales, y la sensibilidad para tomar como suyos los problemas de la gran mayoría, tramitarlos y defender los re­clamos de los electores con valentía, aun cuando la inercia e irresponsabilidad de las entidades administrativas, por ejem­plo, impiden con frecuencia afrontar y corregir las dificultades.

En ese primer paso del derecho ciudadano de elegir y ser elegido, las asambleas de nominación de candidatos —que en esta ocasión deben concluir el 18 de noviembre— son el inicio de un proceso que no termina con la votación para determi­nar quién será el delegado o la delegada de la circunscripción, pues a partir de entonces integrará la Asamblea Municipal del Poder Popular y puede (en correspondencia con sus méritos y trayectoria) ocupar otros cargos, como el de presidente y vicepresidente de esa estructura.

Cuestionado muchas veces y “pegado a la pared” en otras (en ocasiones por incomprensiones o realmente por un débil trabajo), el delegado es la expresión de que es el pueblo quien ejerce el poder. En los últimos tiempos, sobre todo cuando la pandemia de la COVID-19 atravesaba su más duro momento, esta figura en muchos rinconcitos del país llevó a cabo una valiosísima y humana labor, atendiendo a los ancianos, a las personas vulnerables, contribuyendo a la distribución de ali­mentos y medicinas, y movilizando al barrio para afrontar de­terminadas situaciones.

¿Que todos actuaron de la misma manera, con tal entrega, empeño y sacrificio en bien de los demás? ¡Claro que no! Se­ría impensable imaginar que una masa tan enorme de perso­nas que responden a los intereses de una colectividad pueda hacerlo igualmente. Por eso, también, es imprescindible que más allá del compromiso revolucionario y la voluntariedad para ejercer esa labor política como líder comunitario, él reciba de forma sistemática una capacitación, cada vez más apegada a las circunstancias actuales.

Al margen de su preparación y autoridad (la cual debe ser ga­nada a base de trabajo, dedicación y responsabilidad), resulta esencial que el delegado cuente con el apoyo de su Asamblea Municipal, de las organizaciones de masas y políticas de la cir­cunscripción. No es elegirlo y dejarlo solo en la difícil tarea de dar respuesta a las inquietudes y preocupaciones de los elec­tores.

El carácter autóctono del sistema político cubano —consa­grado en la Constitución y en la Ley Electoral— define lo que espera el pueblo de sus delegados una vez nominados y elec­tos: el vínculo permanente y la consagración para luchar por la solución de sus problemas, que ejerza el verdadero poder, el que empieza en el barrio y termina a nivel de nación.

“La importancia del proceso electoral, de su carácter profun­damente democrático, de la amplia y entusiasta participación de las masas en la nominación de candidatos, y luego en la elección de esos representantes, está dada por el hecho de que esos representantes van a ejercer el poder estatal, van a ejercer gobierno, a intervenir en las decisiones estatales que afectan a la comunidad”, fueron las palabras del General de Ejército Raúl Castro Ruz en la clausura del seminario a los de­legados electos a las Asambleas Municipales del Poder Popu­lar en la provincia de Matanzas, en el mes agosto de 1974.

He ahí una relación estrecha entre el concepto de democra­cia y el proceder de los delegados en el cumplimiento de sus funciones y atribuciones. Hoy proponer al mejor y al más ca­paz, al revolucionario convencido, al ser honesto y trabajador, que vele por los intereses colectivos en franco combate con­tra las indisciplinas sociales, las ilegalidades y la corrupción, implica un compromiso moral y patriótico con el presente y el futuro de Cuba.

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