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RETRATOS: Esther la grande

Se llama Esther Matilde Martínez González, pero ella prefiere que le digan su primer nombre, solo pocos conocen el segundo y se extraña cuando alguien la nombra así. Es pequeña de estatura, con una sonrisa que trasluce su nobleza. Como si no fuera una proeza, me dice que todos los días se levanta a las cuatro de la mañana para poder llegar temprano a su trabajo, pues vive en San José de las Lajas y labora en La Habana.

Esther Matilde, Foto: Agustín Borrego Torres.

“Llevo muchos años en estos trajines, por suerte, tengo comunicación con choferes que hacen el recorrido para la ciudad. Siempre hay alguno que me da un chance. Ahora me recoge un muchacho que vive en Güines”, expresa.

Así lleva décadas esta mujer que, cuando decidió escoger su carrera, rompió prejuicios al optar por la especialidad de técnico en explotación marítima del transporte.

“Mi mamá, Juana Ramona, me dijo que eso era de hombres, pero no me convenció, me atraía, quería estar cerca del mar”, afirma Esther, quien ya lleva 44 años en ese oficio. Imagino la cara de su difunta madre, cuando la hija, que formó con todo esmero (hasta clases de piano recibió), escogió esa carrera, que la alejó de lo soñado.

“Por supuesto, ella respetó mi decisión y me apoyó, siempre lo hizo. Me gradúe en 1978 en el Politécnico José Ramón Rodríguez, ubicado en el Vedado, junto a mí había otras compañeras, estábamos entre las primeras graduadas en la especialidad. En esa época, yo vivía en La Habana, de donde soy natural”, acota.

Así comenzó a hacer su servicio social en el Puerto de La Habana, en lo que fuera el muelle Sierra Maestra (Espigón No. 1). “Empecé, como expedidora de carga, después pasé a ser inspectora de avería, hasta hacer la facturación de las mercancías que se despachaban o se descargaban de los barcos”.

Recuerda que cuando llegaron “las muchachitas”, como les decían los portuarios, todos se sorprendieron y a ella le impactó el ambiente entre los estibadores. “Tengo que decir que siempre me trataron con respeto y aprendí de la actividad que ahí ejercía. Me acuerdo de la llamada Brigada de los Inconformes, que cargaban cualquier cantidad de sacos en un santiamén, eran muy laboriosos.

“Mi novio, con quien me casé en 1979, no se opuso a que trabajara en ese lugar, pero me iba recoger para que los hombres no se metieran conmigo. Eso fue al principio, en septiembre de 1979 tuve a mi primer hijo, Adonis, y, luego de la licencia de maternidad, me reincorporé al trabajo. Mi mamá me ayudaba al cuidado del bebé.

“Posteriormente transité por varias zonas portuarias: Terminal Marítima; en el Atraque No. 21, en Casablanca, y en la Terminal de Contenedores de La Habana, conocida como TCH”.

Hasta que la vida la llevó, en el 2010, a la Agencia Multimodal Occidente, perteneciente a la Empresa Operadora de Contenedores (ENOC), donde funge como especialista A en producción, en el área de operaciones, y controlo los planes de transportación del día, entre otras tareas.

Voluntad a prueba

 

Mucho amor y voluntad ha tenido Esther para preservar su trabajo. “En 1980 nació mi niña, Yarumis, y ya las cosas se complicaban un poquito más. Mi trabajo exigía muchas horas de entrega, no era sencillo. Por otra parte, mi esposo, quien era trabajador civil de las FAR, cumplió varias misiones internacionalistas y en 1984, le asignaron un apartamento en San José de Las Lajas (además de un televisor, un refrigerador y hasta una moto). ¡Imagínese!

“Nos fuimos a vivir para allá. Mi mamá, para poder ayudarme, permutó su casa de la capital, y se fue con mi hermana menor, a vivir cerca de nuestro apartamento. Desgraciadamente, pronto enfermó. También la tuve que atender; así y todo, no abandoné mi labor. Los muchachos fueron creciendo. Raiza, mi hermana, doce años menor que yo, me apoyaba también”.

Hoy dice con satisfacción que se encaminaron: buenas personas, respetuosas y trabajadoras. “El varón, es técnico medio en refrigeración y climatización y la hembra estudió técnico medio en servicios gastronómicos”.

 

Arenal, su otra casa

 

En la Agencia Multimodal Occidente, conocida como Arenal, todos la conocen y aprecian. Incluso, fue su jefe quien me sugirió la entrevista. Para él, ella es su mano derecha.

Laboriosa, disciplinada, siempre con disposición para cualquier tarea, ella dice que esta es como su otra casa. “Nunca me ausento, ni siquiera cuando la pandemia. En el gobierno me dieron una carta de autorizo para poder viajar, porque la cadena, puerto-transporte-economía interna no se paró”.

Reconoce el apoyo de su familia, de su esposo Reinaldo Leyes. “Ya celebramos 43 años de casados. Mi familia es pequeña, pero muy unida. Los domingos, el único día libre que tengo, me gusta que nos sentemos juntos a almorzar, aunque sea un arroz con huevo frito”.

Foto: Agustín Borrego Torres.

Con 62 años de edad, Esther sigue apasionada con su trabajo. “Le voy a ser sincera, a mí me gusta lo que hago. Algunos me dicen que soy la mamá de el Arenal. A veces pienso y digo que tengo que jubilarme, pero eso me da una nostalgia”, y mientras manifiesta eso, las lágrimas comienzan a caer por su rostro. Calla unos minutos, mientras toma el agua que le hace llegar Regla María Cuervo, la directora de la agencia multimodal.

“Sé que llegará el momento… Pero también quiero aprovechar estos años que estoy ganando un poquito más (cuatro mil doscientos pesos) para ver si mejoro el por ciento para la jubilación”, reflexiona.

La entrega de esta cubana tiene como recompensa el cariño de quienes la rodean. Un día, definitivamente, tendrá que retirarse, pero su huella quedará entre todos. Quedará como Esther la grande, porque es inmensa, aunque su estatura sea pequeña.

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