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La hazaña anónima de Ibán

A Ibán Hernández Ávila le molestan mucho los apagones. Lo incomodan como a cualquier ciudadano, pero no acude a las redes sociales, ni a tribunas improvisadas a lamentarse, a descargar críticas. No, los malestares lo estimulan, lo retan y acepta el desafío cotidiano en los talleres de la Central Eléctrica Las Tunas procurando soluciones desde el ingenio colectivo.

 

Ibán (primero a la izquierda) haciendo otra de las cosas que ama: trasmitir sus experiencias y conocimientos a los más jóvenes. Foto: Jorge Pérez

“Para mí, para nosotros, lo más importante es que estos motores funcionen y para lograrlo hay que hacer magia”, dice y mira partes, piezas y agregados viejos que esperan las caricias que les proporcionan unas manos curtidas por el trabajo creador para volver a ser útiles.

“Llegar a esta planta fue lo mejor que me pudo pasar. Yo me había graduado en la especialidad de motores, pero comencé a ejercerla de verdad aquí”, afirma y recuerda aquellos días fundacionales de este centro creado para apoyar la generación eléctrica en los horarios pico como parte de la Batalla Energética liderada por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

En el 2005 fue la arrancada a toda máquina. “Un momento de fiesta. Y ahí están esos motores que son los mismos de entonces. Dañados por la sobre explotación y por falta de piezas que el bloqueo norteamericano nos impide tener”.

Pero al lado de los añejos equipos se mueven hombres maduros y otros más jóvenes liderados por Ibán como jefe de una de las brigadas de Mecánica. Ellos, a pura voluntad y con talento, viven pendientes de lo que a veces falta para  no detenerse: “hay que innovar a cada momento arandelas, tuercas, tornillos y otros aditamentos, todo con sumo cuidado para no comprometer la tecnología”.

Todos asumen los contratiempos sin desánimo, “porque estos motores son organismos vivos y atenderlos es como  sanar las heridas, calmar sus sufrimientos”, por eso Ibán disfruta mucho los resultados del trabajo, en el que se incluye también la capacitación de los jóvenes, casi el 60 por ciento de la plantilla.

Llegar temprano al taller es para Ibán casi una odisea diaria. Vive en la comunidad de Vivienda, en predios del ingenio Majibacoa, allá en el municipio homónimo de la zona central de Las Tunas, distante unos 25 kilómetros de la Central, “y como está el transporte puede imaginarse”.

Pero Ibán no se arrepiente, “ni he pensado nunca en cambiar de trabajo”. A sus 62 años de edad muestra todavía el ímpetu juvenil y es puntual con las energías que proporcionan el compromiso y la responsabilidad.

Aunque el apagón le haya hecho naufragar el sueño restaurador con mucho sudor y mosquitos, Ibán se levanta todos los días a las 3:30 de la madrugada y va a la parada a esperar un vehículo que puede o no pasar con la prontitud que necesita, pero no se desespera. “Siempre aparece algo”, comenta y recuerda que en los momentos más duros de la Covid-19 tampoco pararon. “Mi traslado era más fácil porque un carro me recogía, pero eso ya pasó”.

Así este humilde trabajador enfrenta la actual contingencia energética desde su centro, adscripto a la Empresa de Mantenimiento a Grupos Electrógenos Fuel Oíl (Emgef), y donde escribe a diario una hazaña casi anónima.

“Nuestro quehacer se divulga poco. Somos casi desconocidos, pero vamos a seguir dando nuestros aportes a la recuperación”, sentencia en la despedida.

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