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Juan Carlos Stevens: Disparos de fe (+Audio e Infografía)

Es el último día de mayo. Camino por la entrada de la ciudad deportiva de Vía Blanca y Boyeros a ver si logro encontrarlo. No lo veo. El sol hace de las suyas.  Quizás me adelanté algo, pensé. Cinco minutos después, un rostro con gorra oscura que no logro divisar en la lejanía escruta la zona desde el volante de un Moskvitch anaranjado plomizo. Se va comiendo los metros de distancia y lo descubro del otro lado de la ventanilla. Es Juan Carlos Stevens, el mejor arquero cubano de todos los tiempos.

 

Juan Carlos Stevens, ocho veces campeón nacional. Fotos: Jorge Luis Coll Untoria

Desde el saludo inicial, Stevens deja marcado el profundo carácter humilde de su personalidad. Se excusa por no haber podido realizar el encuentro antes y conversamos sin rumbo en lo que arma el arco que lo acompañó en el final de su prolífica carrera.

Con maestría monta las diferentes piezas del instrumento y la plática desviste algunas interioridades: las dificultades del día a día, los caros precios de los implementos, los triunfos y las desilusiones. Luego de poner el estabilizador central, la tensa cuerda del arco le da un poco de guerra antes de conseguir engancharla a los extremos.

Él vive tranquilo. En el deporte nadie le regaló nada. Y la verdad es que después de 38 años dedicados al tiro con arco, tampoco lo espera. ¿El carro? “Me lo obsequió mi papá”, dice, mientras cierra las puertas del resistente y cuidado ejemplar soviético.

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Acomodados en la cima de una esquelética escalera que muestra las cabillas corroídas como señal indiscutible de la desidia, a un costado de la pista, rememora su vida en Santiago de Cuba y no olvida la educación que le dieron sus padres. “Sí había un caramelo se dividía a partes iguales. La familia marcó mi vida, mi forma de ser y fue lo más lindo que tuve en la infancia.

“Recuerdo muy bien que nunca soñé con el tiro con arco. Mi pasión siempre fue salir de cacería con un gran amigo que tengo allá. Cuando tenía tiempo libre les decía a los muchachos: ‘¡Vamo’ a cazar!’, y tenía mucha suerte para eso, me iba con buenas presas, gracias a una escopeta de perles que me regalaron”.

Cuenta que de pequeño no se decidía por ninguna profesión, sin embargo, cada noche antes de dormir se repetía en su mente que tenía que ser alguien en la vida, que lo recordaran por algo, que no podía vivir por vivir. Eventualmente su deseo se cumpliría.

Tratando de evadir las escuelas al campo, el tiro con arco irrumpió en su camino. No puede evitar reír al reconocer que por esa razón empezó a tirar flechas. “Cuando estaba en la secundaria un amigo me dijo: ‘Pasé por el Guillermón Moncada y vi a unos jóvenes con unos arcos. Pregunté y me dijeron que eso era un área especial que no iba a la escuela del campo’. Muchacho al fin, le contesté: ‘Vamo’ pa’llá a anotarnos a ver si libramos por lo menos un año’, y así fue. Me gustó, porque lo asociaba mucho con la cacería. El entrenador me explicó el patrón técnico y lo ejecuté como si llevara tiempo haciéndolo. Tiré y al mes y pico ya le ganaba a quienes estaban allí. Desde entonces y hasta el sol de hoy”.

No obstante, solo practicaban cuando se acercaba alguna competencia y después se desvinculaban. Así pasó el tiempo y luego de salir del Servicio Militar lo volvieron a captar para disparar en el campeonato nacional en 1991. Estuvo ocho meses entrenando y se fue con el duodécimo lugar.

“Le había dicho a mi familia que me apoyara para dedicarme totalmente al deporte un año y si no rendía, pues me pondría a trabajar y a ayudar en el hogar. Vino el campeonato nacional en Camagüey, en 1992, y quedé en cuarto lugar por encima de prestigiosos atletas. El último día de competencia se me acercó un entrenador con la noticia de que integraría el equipo Cuba. Me dieron un Td4 y ese era mi sueño: tener un arco de esa calidad. Cuando me vi en esas circunstancias, empezó otro reto.

“Si ya había logrado entrar en selección, lo único que quería era una medalla de bronce a nivel nacional. Y dije en la casa: ‘El año que viene tengo un bronce’. Se lo tomaron a bonche, pero yo me daba terapias, entrenaba disciplinadamente y la primera presea que obtuve fue oro en un evento internacional Dianas doradas que se hizo en la capital, en Campo Armada. A partir de ese momento cayeron más y mi gente muy orgullosa”.

Para 1993 Stevens tuvo que cargar con la presión extra de convertirse en la principal figura del tiro con arco cubano en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce, Puerto Rico, luego de que se conociera que Alfonso Donate, una de las personas que más lo había enseñado y apoyado en su llegada al equipo nacional, era uno de los ocho miembros de la delegación que abandonaron la Villa de los atletas.

“Fue mi primera justa en el extranjero. No llevaba ni un año en el equipo Cuba. Había implantado un par de records nacionales y ya me veían de otra manera. No quedaba más alternativa que seguir pensando lo que tenía en mi mente desde que era niño. Soñaba con una medalla. La primera fue un bronce en la distancia de 90 metros y en la ronda olímpica acabé campeón centroamericano. Para mí resultó una experiencia inigualable”.

Mientras va haciendo el recuento de su dilatada trayectoria, interrumpe el relato sobre su actuación en la cita continental de Mar del Plata 1995, y resalta con una sonrisa complaciente que un año antes había conseguido implantar un par de registros mundiales que le duraron alrededor de un mes.

Posteriormente continuó superándose, ganando experiencia con sus participaciones en Campeonatos Mundiales, e iluminó su palmarés con seis medallas de oro en la lid regional de Maracaibo, en 1998, y su primera presea en Juegos Panamericanos, un tercer escaño en Winnipeg 1999. “En el 98 quedé como el más destacado de la delegación cubana. Estaba en muy buena forma, como quiera que tirara las flechas iban para el medio. Y ese premio de Winnipeg lo conservo como si lo acabara de conseguir”.

Con ese recorrido, las metas se ponían cada vez más difíciles. Los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 se acercaban y él era uno de los encargados de luchar porque el tiro con arco  de la Isla asistiera por primera vez a este tipo de citas.

“Fuimos a un Campeonato Panamericano del deporte en México, que era un clasificatorio olímpico. Daban dos plazas. Empezamos a tirar y mi entrenador decía que yo podía y me lo creí. Le fui ganando a los rivales, llegué a la discusión del título y aseguré el boleto.

“Ir a unos Juegos Olímpicos es una cosa diferente por completo a todo lo que has conocido y como atleta sientes una especie de presión interna. Aunque no tuve el mejor resultado, fue provechoso. Hacía las cosas con una disciplina extrema y el régimen que me impuse terminó por afectarme, porque tienes que hacer tu vida como siempre la has hecho. Pero a partir de esa experiencia vinieron mejores actuaciones”.

Quedó en el lugar 35, tras implantar record nacional de 659 en la suma del doble a 70 metros. ¿Se le podía llamar mala actuación a aquello? Stevens frota sus manos y acaricia el protector de cuero que lleva enganchado a uno de sus dedos. La primera década del siglo XXI dejaría resultados memorables para el tiro con arco cubano con él como protagonista, aunque en más de una ocasión vio desde un escalón más abajo el triunfo de compañeros de equipo.

Arrasó en las Olimpiadas del Deporte Cubano en el 2002, colgándose todos los metales dorados puestos en disputa, lo que le valió para ser reconocido como el mejor de dicho evento. Fue campeón panamericano al año siguiente en Medellín, Colombia, y añadió a su palmarés múltiples premios dorados en los Juegos del Alba de 2005 y 2007, entre otros reconocimientos.

En la lid continental de Río de Janeiro 2007 cayó en la final ante su compañero Adrián Puentes. Era su segundo podio en este tipo de citas y, a pesar de perder, afirma que no siente ninguna frustración o resentimiento con el resultado. Lo mejor estaría por llegar.

Stevens posee 52 records nacionales.

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Casi once mil atletas de más de 200 países se concentraron en Beijing para la justa bajo los cinco aros y Juan Carlos Stevens llegaba en una forma inigualable. Concentración total para no echar a perder el esfuerzo que lo había llevado hasta allí.

“El clasificatorio fue en El Salvador. Un arquero mexicano amigo mío me había hecho unos obsequios un año antes: una mira para el arco y otros aditamentos y me tocó contra él discutir el pase que daba la clasificación a los Juegos Olímpicos. Antes de competir me dijo unas palabras y le contesté: ‘Bueno, tú eres amigo mío de la línea de tiro hacia atrás. Sobre la línea somos rivales. O yo gano, o tú ganas y seguiremos dándonos la mano’. Parece que aquello no le gustó y pensé: ‘Ya este perdió’. No tiró mal, pero lo vencí, clasifiqué, y cuando fuimos a abrazarnos lo sentí frío. Desde esa vez más nunca me quiso saludar… Si estamos en una guerra no puedo dejar que usted me meta un tiro”.

Desde inicios de su carrera tenía la costumbre de anotar todo en una libreta. Al abrirla en suelo chino se advirtió que no podía cometer los mismos errores que ocho años atrás en Sídney.

“Me dije: ‘Aquí sigue en lo tuyo, mantén tu rutina…’. Al inicio me afectó un poco el cambio de hora, pero a los cuatro o cinco días me adapté y empecé a rendir. El entrenador decía: ‘¡Oye, si sigues así, aquí vamos a partir la liga!’, y le comenté: ‘Estoy seguro de que lo vamos a hacer’. Llegó la hora de disparar y fui ganándole a grandes del mundo, subcampeones, campeones de Grand Prix y me lo iba creyendo. Hasta que llegó aquella famosa discusión con el coreano, que perdí en la tercera ronda de desempate por un mal funcionamiento en la competencia”, cuenta, y por primera vez en la mañana su rostro se destiñe un tanto.

“En el público eran tres gradas inmensas y al halar la cuerda para tirar venía la bulla y cuando le tocaba a él se podía sentir el sonido de una mosca. Silencio total. Y le dije a mi entrenador: ‘No te preocupes por eso, esa gente lo que me están es apoyando’. Él soltó una palabra: ‘¡Coño que… son en el público este!’, y le repliqué: ‘Tranquilo’. Entonces fue que salió ese ocho histórico en donde se me escapa la victoria.

“Lo que pasó fue que en la ronda olímpica debes tener al menos nueve flechas disponibles, hay quienes tienen 12 y hasta 24. Nosotros llevábamos un juego de 12, aunque nueve eran las buenas, las olímpicas. Ahí había unos corredores que te traían las flechas luego de los tiros. Hice las dos primeras rondas de desempate y se quedaron las flechas. En la tercera pregunté por qué no me las habían traído y me dijeron que el reloj estaba andando, que tirara, pero mis flechas de competencia no me las dieron y al coreano se las llevaron todas. ¿Para qué? Para buscar la inestabilidad.

“Fui a desempatar y acabé en ese quinto lugar que para mí brilla como un oro, porque en limitaciones de implementos, falta de una serie de condiciones que hemos tenido en nuestro deporte, llegar a unos Juegos Olímpicos, un país del tercer mundo, y coger quinto, muy poca gente lo ha hecho. Se dice fácil, pero no se llega tan fácil. Entrenadores de Japón y Corea lo reconocieron y me saludaron, pues era histórico”.

¿Y aquí se valoró lo suficiente aquella actuación?

“En mi disciplina sí, pero de ahí en fuera no se ha reconocido como se merece, porque hay deportes y deportes, en algunos con lo mínimo puedes entrenar. En mi caso, el tiro con arco es caro. En Beijing fue la única vez que competí con un arco del año y se vio el resultado. Con un arma menos moderna puede darse una actuación relevante, pero no es lo ideal”.

Stevens señala también que en esos años la frecuencia de fogueo internacional fue muy alta, y las limitaciones que vinieron posteriormente frenaron una progresión que pudo haber desembocado en una presea olímpica o mundial. “Si no compites no puedes tener resultado. La exigencia hace el nivel y el nivel te da la medalla”.

Entendidos afirman que es el mejor arquero cubano de la historia.

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Una llamada telefónica interrumpe la conversación. Alguien quiere le tire un cabo con una carrera. El cielo se ennegrece y la lluvia asoma, amenazando la charla. Tanteo la pantalla de mi móvil en la búsqueda de algunos datos: lugar 17 del ranking mundial en el 2009, bronce en los Panamericanos de Guadalajara 2011 y llama la atención un puesto 33 en la cita olímpica de Londres 2012.

“Para Londres bajó un poco el fogueo. Unos días antes participé en el Grand Prix en Bulgaria. Cuando llegué, mi arco se había quedado en el aeropuerto. A esa hora el entrenador, con el responsable de la competencia, a buscarlo por todas las líneas aéreas. Pasaron tres días y nada, no podía entrenar. Un representante de la aerolínea nos dijo que el arco no lo montaron en ningún avión. Entonces, un preparador ruso me vio y me prestó uno de una mujer para que al menos clasificara y diera tiempo a que llegara mi implemento.

“Aquel arco estaba suavecito. Las primeras flechas las boté e hice una puntuación mediocre… Quedé en el lugar 64. Los rivales se estaban afilando los dientes y en la madrugada, a las cinco de la mañana, tocaron a la puerta de la habitación con mi arma. Enfrenté a los contrincantes y llegué a la final, en la que obtuve plata. Días después noté una fisura en el arco y no le presté mucha atención, una vez en Londres, se comenzó a dañar”.

Esa fue su última participación olímpica y dos años después sumó a su hoja de logros un bronce centroamericano en Veracruz en la competencia por equipos. Aunque los lauros y las competencias comenzaron a escasear con el paso del tiempo, se mantuvo activo, superando sus marcas y manteniendo el sueño de volver a una lid bajo los cinco aros, aspiración que terminó por frustrarse debido, entre otras cosas, a la pandemia de Covid 19.

A sus 53 años tomó una decisión difícil. Tras tres décadas defendiendo los colores patrios llegó el momento del retiro. El 11 de mayo el Torneo Élite del Tiro con arco cubano cerró con su despedida oficial del deporte activo. “Estaba convencido de que quería hacerlo. Me retiré muy bien física y técnicamente, no obstante, cuando uno tiene cierta edad debe pensar en otras cosas que vienen. Si hubiera tenido un poco más de competencias, hubiera tirado un año más.

“Pero llegan a la mente cosas que hay que priorizar. Fue mucho tiempo alejado de la familia. No he sido de los atletas que me hayan reconocido todo lo que he hecho, no he tenido la suerte. Limitaciones y problemas todos tenemos, lo planteé en varias ocasiones y parece que mis palabras se las llevó el viento. Nunca me han podido resolver nada. Me retiré siendo de las principales figuras. Feliz y contento con mi deporte, con aquellas personas que me ayudaron. Siempre queda la insatisfacción de momentos en los que me podían haber atendido mejor, pero así es la vida. Siento que voy a cumplir la segunda parte de mi misión. Tengo el sueño de ser entrenador”.

Su carácter deja claro que es una persona alegre. Confiesa que siempre está chivando en casa y que sucedía igual en los entrenamientos. El disgusto le dura poco, aunque en alguna ocasión perdió los estribos ante ciertas bajezas.

“Siempre aprendí a controlar los impulsos, pero en Alemania me tocó enfrentarme con un mexicano y en su equipo había un médico cubano que de forma muy prepotente y arrogante me dijo al lado de mi rival: ‘Oye, tranquilo, que el pobre siempre va a ser pobre’. Me molesté con eso y le iba pa’rriba, aquello me sacó de la competencia, porque fue un momento muy difícil. ¿Cómo siendo cubano vas a cometer una falta de respeto de ese tipo? Mi entrenador me tranquilizó: ‘No podemos hacer un show aquí’”.

Uno de los pasajes más oscuros de su vida fue cuando perdió a su padre en el año 2005. “A los diez días me llamaron que debía estar en La Habana, porque salíamos a una competencia en Venezuela. Vine, me realizaron unas evaluaciones y obtuve unas puntuaciones muy bajas, no le daba ni a un melón a tres metros”.

Dice no guardar ninguna espina y reconoce que se ríe mucho de los pensamientos ocurrentes que sin motivo le vienen a la cabeza. Le molesta el abandono, la despreocupación y suelta una respuesta inesperada ante la pregunta de qué lo hace enojar: “Me molesta mucho pasar por un lugar y ver una llave de agua botándose o ver algo desbaratándose y que nadie se haga cargo”.

Nunca ha pensado en cambiar nada del pasado. No es hombre de arrepentimientos. «Todo lo que he hecho ha sido con deseo y voluntad. Me gustaría dedicarme a todas aquellas cosas que dejé para después. Cuando uno está activo se preserva como gallo fino y yo me cuidé tanto… Muchas personas no saben el sacrificio que hace un atleta de alto rendimiento por años en una selección nacional. Demasiadas cosas que te limitan y que me gustaría ir incorporando”.

Ahora que está oficialmente retirado, ¿siente temor de quedar en el olvido?

“No tengo miedo, porque cuando estaba activo ya se veía el olvido. Me retiré y voy a seguir el mismo camino. No me va afectar, pues como atleta no se me tenía presente. Sé que todo lo tengo que hacer por mi cuenta”, asevera en tono calmado.

¿Cómo definiría su carrera?

“Sacrificio que nunca fue en vano”, contesta, luego de unos segundos de reflexión.

La amenaza de lluvia se disipa, el sol vuelve a castigar y la gente que pasa espía la magnitud del arco, también anaranjado con ribetes blancos, que reposa sobre el césped verde intenso. Algunos quizás no sepan quién es él y lo asocian al deporte por el pulóver de Cuba y el pantalón que completa el módulo. Otros mayores, que pasan de la mano con los niños, tal vez puedan hacer memoria sobre sus hitos y combatir un poco el olvido que se antoja ineludible. Por un instante hay silencio y unas palabras atascadas en su garganta se deciden a salir: “Ojalá un día se acuerden de Juan Carlos Stevens”, dice, como quien lanza al viento un último disparo de fe.

Su quinto lugar olímpico está entre los hitos de Cuba en este tipo de eventos.

En audio, la historia de Juan Carlos Stevens

 

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