Con Filo: Ciencias visibles

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Sin llegar a ser aquellas ciencias ocultas que desde la antigüedad se atribuían a cierto pensamiento mágico, los procesos científicos y de innovación casi siempre han tenido una aureola de hermetismo o especialización elitista, que las confinaba a sofisticados centros de investigación.

 

 

Esa concepción de la ciencia y la innovación ha cambiado mucho en la actualidad, porque sin dejar de existir instituciones muy especializadas en el campo de la ciencia y la tecnología, esa capacidad de crear nuevos conocimientos se ha trasladado a otras esferas de la sociedad.

Por eso resulta tan interesante la apuesta que ahora hace nuestro país al impulso científico e innovador en los procesos económicos y sociales más cotidianos.

Esa idea de que a todo hay que ponerle ciencia resulta muy atractiva para las condiciones de nuestro país, donde las restricciones de recursos obligan constantemente a la creatividad, y estimulan la capacidad innovadora.

Sin embargo, también en nuestra práctica ha estado presente esa separación artificial entre lo científico y lo productivo o de servicio.

Salvo las concepciones que tempranamente avizorara Fidel cuando concibiera los polos científicos con sus ciclos cerrados que incorporaban todos los pasos desde la investigación hasta la producción, nuestro sistema empresarial ha estado mayoritariamente de espaldas al desarrollo científico e innovador.

Casi todos los ministerios u organismos centrales tuvieron siempre sus centros de investigación, que concebían proyectos e innovaciones, los cuales no pocas veces luego resultaba difícil introducir o generalizar en sus entidades productivas, que no sentían un compromiso o vínculo económico con tales resultados.

Por eso es tan importante la estrategia de desarrollo actual que promueve ese nexo más estrecho entre empresas y centros científicos, entre gobiernos y universidades.

Tiene que existir una relación estrecha entre esa mayor autonomía y descentralización en las decisiones y la necesidad de lograr más competitividad, mediante la aplicación de la ciencia y la innovación en todos los procesos.

Ni siquiera el sector público o presupuestado debería escapar de esa tendencia, que permitiría solucionar múltiples problemas en la atención a la ciudadanía.

Iniciativas como los parques tecnológicos, o nuevas potestades como la posibilidad de formar reservas financieras empresariales para la ciencia y la innovación, apuntan hacia ese propósito de articular la economía con la investigación científica.

Pero todavía falta mucho por avanzar en esa mirada integradora, holística, de lo que significa producir y brindar servicios a partir de la aplicación de la ciencia y la innovación.

Solo cuando la ciencia esté en la fábrica, y la fábrica lata en la ciencia, desbrozaremos el camino hacia el desarrollo económico y social al que aspiramos.

 

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