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Europa camina hacia atrás

En apenas tres décadas, los partidos de ultraderecha en Europa han dejado de ser agrupaciones marginales e irrelevantes para convertirse en aglutinadores de una parte importante del electorado, fenómeno que no ha escapado a los estudiosos de la ciencia política.

 

Foto: EFE

 

Entre ellos existe consenso de que estas agrupaciones cuestionan el orden democrático establecido, especialmente el principio de que todos los seres humanos somos iguales, más allá de razas, géneros o clases sociales. Ello explica su frecuente hostilidad hacia las constituciones o cartas magnas que identifican la justicia como meta. Dentro de estos partidos, sobresalen, por su impacto, los de perfil neonazi o neofascista.

Casi todas las naciones europeas han visto nacer al menos una agrupación de esta familia de partidos — descrita por el politólogo neerlandés Cas Mudde como la “más exitosa surgida en la Europa de la posguerra”—, dentro de la cual coexisten diferencias ideológicas, organizativas, programáticas y estratégicas.

“Los movimientos extremistas apelan a los insatisfechos y a los psicológicamente desamparados, a los fracasados personalmente, a los aislados socialmente, a los inseguros económicamente, a las personas sin estudios, sofisticación y autoritarias de cada estrato social”, afirmó el sociólogo estadounidense Seymour Martin Lipset en su libro El hombre político: las bases sociales de la política; mientras la académica y profesora de la Universidad de Harvard, Pippa Norris, confirmó años después que “la derecha radical se alimenta de las inseguridades y miedos ante la industrialización, y, sobre todo, del miedo a la amenaza por la pérdida del estatus”.

La composición del electorado ultraderechista es “llamativamente similar en varios países europeos”, y podría simplificarse, según la estudiosa española Beatriz Acha Ugarte, en “joven, varón y de clase trabajadora”. Vale apuntar que la preponderancia de mensajes claramente patriarcales explica el predominio del voto masculino, pero no excluye la militancia activa de lideresas empoderadas y retrógradas.

Las posturas antiinmigrantes son elemento crucial para explicar el auge político-electoral de esta fuerza en la región. Ellos defienden la tesis de que el único recurso que les permitirá reducir impuestos sin descuidar las políticas de bienestar es excluir a los extranjeros, no importa si llegan huyendo de la guerra y la pobreza, o en busca de mejores oportunidades.

El prejuicio racial, el euroescepticismo, la hostilidad hacia los partidos tradicionales, la homofobia, el deseo de frenar la inmigración, y la percepción del islam como amenaza, constituyen eslabones comunes del cinturón con que esa postura pretende violentar las ansias progresistas europeas.

Recientemente el eurodiputado socialista y presidente de la Comisión de Libertades, Justicia e Interior del Parlamento Europeo (P. E.), Juan Fernando López Aguilar, alertó que en enero el partido español Vox  convocó a una cumbre de líderes de extrema derecha en Madrid. Acudieron “dirigentes alineados contra la idea y razón de ser de la integración europea” que defienden una propuesta totalmente contraria: nacionalista, autoritaria, reaccionaria y rabiosamente identitaria.

“No nos engañemos, alertó López Aguilar, esas formaciones que rampan desde la extrema derecha a todo lo ancho de la U.E. tienen una idea que no se agota con un debate racional (…), sino que crece en las encuestas y en citas electorales (…). De hecho, su experimentación se inició en el propio seno del P. E., donde en  sucesivas elecciones, desde la Gran Recesión (2009, 2014 y 2019), no han dejado de crecer en número los escaños eurófobos, cuyo designio es contribuir a dinamitar la U.E. desde dentro”.

El investigador del Barcelona Center for International Affairs (CIDOB), Héctor Sánchez Margalef, considera que el afán por llegar al poder ha sido tan grande que apelan al vale todo: “Los partidos tradicionales de centro-derecha han asumido y normalizado hasta tal punto el discurso de la derecha radical que tanto el apoyo puntual para una investidura, o un pacto de Gobierno, se asumen como un paso natural”.

Para Sánchez esa “irrupción de la derecha radical en la Unión Europea (U.E.) se ha traducido en una continua pérdida de derechos”, por eso quien le tema “deberá arrimar el hombro, no para aislarla, sino para combatir sus ideas y propuestas, y demostrar que pueden ofrecer un proyecto político mejor. Para ello, será imprescindible explorar nuevas mayorías”.

 

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