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COVID-19 y verdades inexorables

Una de las verdades inexorables, luego de que más de 404 millones de personas hayan contraído COVID-19 en el mundo, es que la capacidad y calidad de la reacción sistémica frente a una crisis de salud depende de la realidad preexistente. Es decir, y sin pretender ser absolutos, la res­puesta de los sistemas sanitarios está subordinada a fortalezas previas a la contingencia.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó temprana­mente que los protocolos de respues­ta apelaran a la atención primaria como barrera de contención. Ello aliviaría la concurrencia a los hospi­tales que más de una vez terminaron colapsados.

Cuba está en el grupo de países que poseen un sistema de atención primaria, el nuestro de más de 38 años. La experiencia comenzó en La Habana el 4 de enero de 1984 y fue extendiéndose gradualmente a toda la nación.

En su página en Facebook el mi­nistro de Salud Pública, doctor José Ángel Portal Miranda reconoció: “La situación epidemiológica oca­sionada por la COVID-19 tensó los servicios sanitarios de una manera nunca antes imaginada”. En otro post afirmó: “El Programa del Mé­dico y la Enfermera de la Familia se ha convertido en esencia misma de nuestro Sistema Nacional de Salud” pues “ha trabajado sin descanso en estos casi dos años de enfrentamien­to (…), su desempeño ha sido impres­cindible. Sin ellos habría resultado imposible asumir y enfrentar los in­numerables retos que ha significado en los barrios la epidemia”.

Cuba cuenta con 449 policlínicos y 11 mil 406 consultorios del médico y la enfermera de la familia, de ellos 11 mil 127 a nivel de las comunida­des, estructura (material y humana) que merece constante perfecciona­miento. Estos profesionales, junto a otros especialistas, integran un grupo básico de trabajo.

La proeza cotidiana de prestar asistencia médica (también sicoló­gica por el agobio y angustia que acompañan a la pandemia) debe­ría estar respaldada por niveles de exigencia que permitan a cada es­labón cumplir con el rol que le co­rresponde. No es posible hablar de ingreso domiciliario o seguimiento desde el consultorio de la familia, cuando ese personal resulta insu­ficiente o, por diversas razones, no visita ni una sola vez al enfermo.

Tampoco es correcto incluir en los protocolos de atención pau­tas imposibles de cumplir como la del pasado 12 de enero donde el Minsap afirma que si el test de antígeno (SUMA) “es positivo se considera sospechoso y se toma muestra para PCR”. Es al médi­co de la familia o del cuerpo de guardia del policlínico a quienes corresponde explicar que no hay PCR disponibles.

Durante cierta etapa de la pan­demia existió una línea telefónica que ofrecía automáticamente resul­tados de las muestras de PCR. El me­canismo quedó suspendido cuando en realidad merecía ser potenciado.

Los recursos telemáticos (telefó­nicos o por plataformas online) son aliados de hoy, permiten atemperar la atención primaria a los tiempos que corren. Médicos y enfermeras los han incorporado por iniciativa personal, y valdría la pena ajustar los presupuestos de salud para inte­grarlos como método eficaz de tra­bajo.

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