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Me dedico al oficio más importante del mundo

Con la voz a ratos trémula producto quizás de la descompensación sufrida por la hipertensión arterial o por su obligada visita a las consultas de psiquiatría, Aneys Marcelo Cobas, trabajador de los servicios necrológicos en Guantánamo, me relató cuánto incidió en su vida el período más duro de transmisión autóctona de la Covid-19 en ese territorio.

 

Aneys Marcelo Cobas, sepulturero al lado de una de las bóvedas del camposanto San Rafael de Guantánamo. Foto: Adriana Rojas

Era un trabajador por cuenta propia, y al arreciar la crisis generada por la pandemia y no poder vivir de su puesto para la venta de alimentos ligeros, buscó fortuna en el sector estatal.

«Llegué hasta la Empresa Municipal de Servicios Comunales y el puesto vacante era como enterrador en el cementerio del territorio. Acepté. La vida cambió. Trabajar para el Estado era más seguro, y aunque tuve miedo al principio, tenía que seguir pa’ lante».

“No pasé ningún curso preparatorio, ni nada parecido. Todo lo que aprendí, junto a otros que llegaron nuevos, fue gracias a los más viejos como Santiago, un compañero que me enseñó cómo se hacía cada procedimiento».

 ¿Cómo fue aquel primer día?

El 5 de agosto de 2021 realizó su primer enterramiento. Aprecié su sobrecogimiento emocional cuando me dijo: «nada más en la etapa de trasmisión autóctona de Covid-19 fueron cerca de 16 tumbas de 20 cadáveres en menos de un mes.

«Nunca olvidaré aquel día…Sepultamos 32 fallecidos. Aquí el horario normal es de 7 de la mañana a 7 de la noche, pero en ese período nos extendíamos hasta las diez de la noche y más. Laboramos con una merienda, almuerzo y otra merienda en caso de nocturnidad. Realmente no había descanso, cuando empezábamos no había cómo parar.

«No tuvimos jamás implementos adecuados. Durante esos largos y duros meses de trabajo sólo recibimos un overol y un par de botas, pero nunca contamos con las caretas o guantes adecuados o los trajes de protección de quienes estaban en Zona Roja.

“Muchas veces las cajas de madera donde venían los cadáveres no estaban debidamente cerradas y teníamos que acomodarlos. Quizás como trabajamos al aire libre no se percibió el riesgo y sin embargo, era igual de peligroso. Gracias a Dios no enfermó nunca ninguno de nosotros”.

 

¿Qué sucedía cuándo iban a casa?

“Llegaba a mi casa con el miedo de trasmitir la enfermedad a mi madre o a mis nietos y ellos temían por mi vida y me pedían que renunciara a ese trabajo.

«Hubo días en que salía del trabajo aturdido, con crisis de pánico y con una opresión tremenda en el pecho… Cuando veía a la gente en la calle riendo o sin nasobuco pensaba que no eran conscientes de lo que estaba pasando.

“Lo mismo enterrábamos que hacíamos una exhumación, además de apoyar en la higiene y mantenimiento entre las tumbas y el cementerio en general».

Mientras confiesa haber mejorado las afectaciones que le impuso a sus 47 años de edad el contacto cotidiano y desafiante con la muerte, Aneys Marcelo Cobas ostenta el reconocimiento de Mejor Trabajador de la Etapa en el colectivo donde también es secretario de la sección sindical.

«Siento que me dedico al oficio más importante del mundo, comenta. La gente no nos conoce por sepultureros, en la calle nos llaman «Zacatecas»… (Ríe) Yo estoy orgulloso de lo que soy y quiero estar aquí. Se valora más la vida y uno piensa más en su familia, en estar y hacer las cosas bien por ellos, porque eso es realmente lo que nos llevamos».

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