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Imperio y represión en la Cuba de los cincuenta (+ Fotos)

La década del cincuenta en Cuba estaba signada por el agravamiento de la crisis estructural que sufría la sociedad cubana desde décadas atrás, lo que creaba las condiciones para la aparición de fuerzas que procuraran soluciones desde diferentes tendencias, dentro de las cuales la revolucionaria fue ganando fuerza. Esta situación ponía en serio peligro la permanencia del sistema neocolonial y, dentro de él, el control del poder político por la representación de los grupos oligárquicos. En estas circunstancias, los métodos represivos alcanzaron niveles extraordinarios, con persecuciones, torturas y asesinatos que sembraron el terror en la población. Los cuerpos represivos se fortalecieron entonces y, en la ejecución de sus políticas hubo presencia de representantes de instituciones estadounidenses, en especial la CIA, que siguieron de cerca la política que se seguía y los métodos que se utilizaban.

Como parte del entramado apuntado, se creó el BRAC (Buró de Represión de Actividades Comunistas) con la asesoría de la CIA, y se mantuvo la presencia de hombres que respondían a esa institución y seguían de cerca cómo se controlaba la situación por esos métodos represivos. No resulta ocioso añadir a esto las misiones militares, a partir de los convenios firmados, que ponían a los cuerpos armados de Cuba (ejército, marina y aviación) bajo la asesoría y el entrenamiento de oficiales norteños, a más del abastecimiento de armas y pertrechos militares.

La gestión de la dictadura batistiana, desde el golpe de Estado de 1952, descansó en el poder de la jefatura militar subordinada a Fulgencio Batista para su asentamiento y permanencia, con intentos de legalizarse por medio de elecciones realizadas en ese ambiente represivo, de amedrentamiento. Las autoridades norteamericanas acompañaron ese proceder con presencia permanente de representantes suyos en esas esferas y con visitas muy significativas: además de visitantes como el vicepresidente Richard Nixon en febrero de 1955, en abril de ese año el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Allen Dulles, visitó La Habana y en carta a Batista de 15 de julio le decía que había sido un gran honor esa visita. El propósito queda claro cuando le plantea que: “La creación por el Gobierno cubano del «Buró de Represión de Actividades Comunistas» es un gran paso adelante en la causa de la Libertad. Me siento honrado en que su gobierno haya acordado el permitir a esta Agencia, la asistencia en el adiestramiento de algunos de los oficiales de esta importante organización.” Para esto, recordaba a Batista que la CIA “se sentiría honrada” en realizar el adiestramiento al personal que enviara a los Estados Unidos con ese fin, así como mostrar al futuro jefe de ese Buró “las técnicas usadas” para combatir al comunismo”.[1] Se ponía de manifiesto la alianza entre los dos gobiernos dentro del marco de la “Guerra Fría”, además cuando el régimen cubano había ejercido una feroz y cruel represión desde 1952, y cuando las fuerzas que enfrentaban a la tiranía crecían y ganaban fortaleza para la etapa decisiva. Mas esta presencia no se limitó a la visita de Dulles y sus ofrecimientos, sino que el inspector general de la CIA, Lyman B. Kirkpatrick, Jr., estuvo en La Habana 3 veces en esos años (en 1956, 1957 y 1958). Hombre con dificultades motoras producto de haber padecido poliomielitis, precisaba ayuda y hasta silla de ruedas para algunos movimientos, din embargo fue muy activo en sus funciones, lo que puede comprobarse en el caso de Cuba.

La visita de Kirkpatrick en 1956 tenía como objetivo revisar lo que se había hecho para crear el BRAC, ocasión en que se entrevistó con Batista para precisar detalles pues aún no se había materializado el compromiso por la parte cubana, aunque se había destinado dinero para ello. En 1957 la situación había mejorado por cuanto encontró progresos, pero la situación de guerra a partir del enfrentamiento al Ejército Rebelde en la Sierra Maestra y las luchas en las ciudades de las fuerzas revolucionarias tenían la mayor prioridad. Según describió Kirkpatrick en su libro The Real CIA, Batista trató de dar publicidad a la ayuda estadounidense a través de fotos que se tomaron de esa visita y se publicaron en medios de prensa. En septiembre de 1958 fue la última de esas inspecciones con el objetivo de fortalecer al BRAC y hacerlo más efectivo. El Inspector expresa en el referido libro su conocimiento de las torturas y asesinatos que cometía el régimen batistiano, ante lo cual su apreciación fue que tales “atrocidades” habían mermado el apoyo a Batista en el pueblo, nada más. A su vez, comprobó que el BRAC tenía entonces como centro las fuerzas “de Castro” y el uso de la violencia en los interrogatorios.

En la visita de 1958, Kirkpatrick se entrevistó también con personajes de su país al servicio de su agencia radicados en Cuba. Uno fue David Atlee Phillips, que aparecía como jefe de una oficina de relaciones públicas dentro de la esfera periodística, quien le describió una situación crítica para el batistato y, por tanto, la necesidad de aliarse a otras fuerzas políticas, asunto que no encontró de momento un clima favorable en la jefatura de la CIA. En la realidad cubana se habían introducido otros agentes o espías, como Frank Sturgis, dentro de los grupos rebeldes, además de funcionarios diplomáticos que respondían también a la Agencia. Todo esto pone en evidencia no solo el conocimiento, sino también la participación, de los Estados Unidos en la política represiva que se llevaba a cabo en la isla caribeña.

Al mencionar política represiva debe aclararse que no se trata solo de prohibiciones o cierre de algunas instituciones docentes, artísticas o de otro tipo, sino de prácticas de extrema crueldad en métodos de torturas y asesinatos, las que no podían ser denunciadas por los medios debido a la férrea censura de prensa establecida. Al triunfo de la Revolución en 1959, esto tuvo un abundante espacio con las noticias y testimonios acumulados. La revista Bohemia publicó entre enero y febrero tres números que integraron lo que se denominó “Edición de la Libertad”, donde puede obtenerse abundante información sobre los terribles métodos de torturas, así como sobre múltiples asesinatos cometidos por la tiranía.

En el primero de esos números, de 11 de enero, aparece un artículo –“¡Así torturaban los esbirros de Batista!”- con fotos que ilustran los métodos e instrumentos utilizados en esas prácticas, que incluían el desprendimiento de uñas, quemaduras en los pies, entre otros muchos martirios. Esa revista incluye una cronología de asesinatos y torturas desde 1952 hasta 1958, con fotos y descripción de momentos y formas en que se actuó, lo que incluye a adolescentes de 15 años, así como cadáveres que aparecieron tirados en matorrales o en entierros colectivos.

El número fechado 18-25 de enero incluye el reportaje “Cámara de torturas en Santa Clara” donde se ilustran los instrumentos de tortura como la tenaza para apretar la lengua, el modo de hincar los ojos, la eliminación de uñas, la aplicación de corriente eléctrica en los oídos, la forma de ahorcamiento lento, en fin, diversos medios de tortura que se aplicaban. El artículo “Los cuatro mártires de Guajaibón” se refiere al asesinato de cuatro jóvenes miembros de la Agrupación Católica Universitaria, mientras “Hallazgo de trece cadáveres en las lomas pinareñas” narra el encuentro de esos restos tirados en esas lomas, como ejemplo de los muchos “cementerios particulares” que estaban apareciendo por todo el país. Entre los artículos de esa revista, estremece “Lila, no me falles: es una orden” que reproduce la entrevista a “Lila” sobre el suicidio de Orlando Nodarse cuando fueron a detenerlo, pues este había estado preso dos veces y, en la segunda ocasión se le habían aplicado crueles torturas para obtener su delación, lo que no lograron, de ahí su decisión de ingerir unas pastillas venenosas si lo volvían a detener, las que Lila debía darle en ese momento.

Pilar García posa ante uno de los asaltantes al Cuartel Goicuría asesinados.

La revista del 1º de febrero incluye “Continúa el trágico desfile de víctimas de la tiranía” donde se muestran fotos de nuevos cadáveres encontrados en fosas múltiples o abandonados en zonas aisladas, que presentaban huellas de torturas. El artículo “El ametrallamiento de presos políticos en la prisión de La Habana” relata cómo los coroneles Ventura y Carratalá, con un grupo de agentes, dispararon contra los 500 presos políticos que estaban en el Castillo del Príncipe con saldo de muertos y heridos. También en “La morgue judicial: Testigo mudo de la barbarie batistiana” se muestra la numerosa cantidad de cadáveres de “desconocidos” que allí llegaban, muchos encontrados en las calles de La Habana y todavía en esa fecha quedaban 33 sin identificar. El director del Necrocomio dijo que desde 1952 y hasta 1958 habían conducido a ese lugar más de 700 cadáveres que habían sido objeto de torturas y después asesinados a palos, electrocutados, ahorcados, o a balazos.

Este ambiente de terror, a partir de los métodos de asesinatos y torturas se había enseñoreado de Cuba en los años del batistato, lo cual era conocido por la diplomacia estadounidense y por los agentes de sus instituciones de inteligencia. Lejos de condenar tales procedimientos, se asesoraba a los órganos represivos y la única preocupación que surgió fue en qué medida esto debilitaba al régimen.

[1] Carta reproducida por Enrique Cirules: El imperio de La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2009, pp. 139-140.

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