José Gómez: Mis puños me hicieron leyenda

José Gómez: Mis puños me hicieron leyenda

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En el centro de la ciu­dad, donde es fértil la es­pontaneidad de la gente y el bullicio excita los sentidos, vive José Gómez. Todos los días se mira ante el espejo de la vida y en­frenta un fantasma al que ha apren­dido a aceptar, e incluso a abrazar: la nostalgia. Su mirada todavía luce el filo del guerrero, sin embargo, su semblante no puede ocultar las arrugas que trazan sin delicadeza los azotes de la edad. Parece una eternidad desde que sus puños po­dían derribar árboles. Era su marca de fábrica. Sobre el ring no conocía el miedo. No temía el castigo. Él lo infligía…

Foto: Isabel Aguilera
Foto: Isabel Aguilera

“Cómo estás, mijo”, me saluda al pie de una angosta escalera, cu­yos peldaños envidiarían los faná­ticos del crossfit. Estrecho su mano, áspera como una lija, y pienso que es increíble que, no obstante su ex­traordinario legado, no haya podido eludir el puñetazo más cruel y temi­do por un deportista: la desmemo­ria…

“Aquí estoy, en la lucha”, pro­longa con voz alta, tal vez porque muy próximo se oye procedente de un equipo de música una canción de la India en la que la intérprete le dice a su novio que él no sabía cómo era ella, que podía tener a otro hom­bre en un instante. “Pasa y siéntate”. Tras cerrar la puerta transita con paso lento hacia la sala de su casa.

Entiéndanme, las líneas que se avecinan no pretenden venderles épica, lucha sin cuartel ni dolores inesperados. Solo un puñado de vi­vencias concretas. Nada más.

“El tiempo ha pasado, ese no per­dona. Vivo aquí en Centro Habana y trabajo en el Combinado Deportivo número Uno. Ni sé por qué no salgo en la prensa ni hablan de mí. ¿Qué te digo?, imagínate tú. Algunos sí se acuerdan, como los compañeros del Inder municipal”, revela luego de sentarse en un butacón oscuro, ma­tizado con flores de diversos tama­ños y colores.

“Ojalá las glorias del boxeo pu­diéramos hablar de nuestros resulta­dos. En las Eide o en el equipo nacio­nal eso se perdió”, añade mientras su gestualidad indica que los músculos de su mente están listos para pulsear con el presente y el pasado.

“No soy hombre de quejarme”, declara a la vez que se recuesta con­tra el respaldo del asiento y con la larga uña del dedo meñique explo­ra su peluda barbilla, “pero desde el 2006 hasta el 2017 estuvimos yendo a Vivienda para solucionar el proble­ma de la casa. Es verdad que nos re­solvieron, aunque el ambiente del lu­gar no era el mejor. No quiero nada grande. Quisiera quedarme aquí mismo, donde estamos de tránsito hace cuatro años. Llevamos tiempo esperando una respuesta”, manifies­ta y junta las manos por las yemas de los dedos como una plegaria que se ahogó en el silencio.

Mira de un lado a otro. Busca algo en lo que centrarse. Sus ojos re­pasan los cimientos de la barbacoa, las pálidas paredes de un espacio en el que batallan la cama, unos buta­cones y el multimueble de madera de brazos torneados que sostiene el televisor.

“De muchacho tenía la mano pesada”, prosigue, “en Las Tunas, provincia en la que nací, en el cen­tral Colombia, recuerdan los palos que di, gracias a mi primer entre­nador Rolando Guerra. El boxeo me atrapó desde que vi pelear a Emilio Correa. Fajarme con él en un Playa Girón resultó inolvidable. Ganó ce­rradito. De ahí al equipo nacional”, se permite una sonrisa que hace lu­cir inmenso el canoso candado que enclaustra su boca.

Rememora pasajes de su vida. En ellos no hay juicio ni condena. Tan solo su peculiar narrativa. “Alejan­dro Montoya fue mi hueso en Cuba. Me dio un piñazo que me dejó negros los dientes de alante, míralos”, exhi­be sin pena la huella de la batalla. “Eso no quedó así y en un combate en el que nos estábamos eliminando para un torneo le di un trastazo que lo noqueé, el Comandante en Jefe estaba presente y dijo, ¡ese es el que va!”, certifica, y disfruta ese recuer­do.

“Cómo está, mucho gusto”, in­terrumpe con amabilidad Marta, su esposa hace 26 años. Sobrepasa los 50 años y viste de blanco. “Me hice Yemayá con Obbatalá”, aclara, y re­verencia con gesto respetuoso la ca­nastilla de santo, quizás por el desliz de mi curiosa mirada. “Ya está el café”, agrega, mostrándose como el poderoso bastón emocional que sig­nifica para el campeón.

Gómez lo trae de la cocina servi­do en tazas de un azul sombrío. Sus­pira y lo sopla. Da un sorbo al suyo. El sudor le resbala bajo el mentón, vacilando entre bajar por el cuello o caer desde el borde de la mandíbula a la taza. “¿Está bueno?”, pregunta. Sí, le digo con mi mejor sonrisa. Encoge los musculosos hombros y continúa madurando su recorrido con un tono de voz más suave. “En los Juegos Centrocaribeños y Panamericanos la gente gritaba ¡ese es profesional! Claro, los tumbaba fácil”, revela ce­rrando con tal fuerza los puños que los huesos de sus manos se marcan nítidamente bajo la negra piel.

Se levanta y avanza hacia una parte de la pared desterrada de pa­lidez. Está forrada con viejas fotos, diplomas, recortes de antiguos pe­riódicos y herrumbrosas medallas. ¡Un pequeño museo! Coronan el espectáculo un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, una bandera cu­bana y una foto de Fidel.

“En el Mundial de 1978 en Bel­grado discutí la final con Tamuz Usivitiva, de Finlandia”, refiere al tocar una presea oxidada, “era duro, nos dimos, gané. Ese mismo año Cuba celebró el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. El hombre vino al desquite, cará. En el coliseo de la Ciudad Deportiva re­pleto lo tumbé”, ratifica con un mo­vimiento de manos que encarna una de sus célebres combinaciones. Re­gresa al butacón con un álbum. Lo abre. Mira varias fotografías, y sir­ve con crudeza una trama sobre las turbulencias de la vida.

“Antes de los Juegos Olímpicos de Moscú sufrí un accidente auto­movilístico. Choqué contra un poste. Tenía unos tragos encima”, expli­ca titubeando un poco, mientras su mentón descansa a media asta. “Me lastimé la pierna derecha”, se sube el pantalón mostrando una vieja y fea cicatriz cerca de la tibia.

“Allá peleé casi en una sola pier­na. El surcoreano Mung Jan Bong me sofocó y ahí se complicó, pues en el segundo round lo mandé a la lona. El soviético Viktor Savchenko era un tanque. Lo ‘acaricié’ con mi golpe de conejo. Le metí tres conteos. Oro para Cuba. Solo un juez se hizo el loco en la votación”.

La emoción es viento que impul­sa las velas de su memoria. Navega libre hacia puertos inolvidables. El triunfo es la recompensa.

“Gané los siete topes contra los americanos. Les di cada palo. Los profesores Sarbelio Fuentes y Alci­des Sagarra fueron padres para mí. Sus lecciones me sirvieron, inclu­so cuando rechacé dos cheques en blanco para pelear en el profesiona­lismo”, asevera llevándose la mano derecha al lado izquierdo del pecho.

“Joseeé, sírvele la caldosa al pe­riodista”, le expresa Marta tocan­do la campana de final de asalto. Gómez trae un plato repleto y hu­meante, y asegura ser el cocinero. “Es mi especialidad”, se sienta a mi lado. La pruebo. Le regalo el pulgar a modo de agradecimiento y lanzo una pregunta que como un gancho al mentón lo deja aturdido unos se­gundos. “He sido el mejor 75 kilos en la historia del boxeo cubano”, ripos­ta recuperado y sonriendo, “lo gané todo y cuando se boxeaba de verdad, soy el ‘guan’”, certifica, y se acomo­da los mechones de pelo canoso que caen sobre sus orejas.

“Se habla mucho sobre mi pega­da”, persiste. “Los soviéticos lleva­ron al equipo nacional un aparato para medir la fuerza del golpeo. Fui el que más se acercó a Stevenson. Lo mío era natural, desde chamaco al que le daba un trastazo se caía”.

El ceño fruncido lo delata. Algo se atraganta en su interior. Tose ta­pándose la boca con el puño. Hace girar el café ya frío en su taza, como observando su color, lo termina de un trago y abunda.

“Pude combatir más. Discutí con Andrés Aldama y fui suspen­dido. Me encapriché y decidí parar. ¿El retiro?, en 1984 en Camagüey.

“Quiero aclarar que no fui po­licía”, afirma haciendo una mueca graciosa que acentúa su ancha nariz y las zanjas en la piel de su frente, “fue otro peleador llamado Roberto Gómez”.

Se pone de pie. Se acomoda el crucifijo plateado que le cuelga del cuello como un péndulo, y opina que el boxeo de su época fue supe­rior. “Peleábamos mejor en las tres distancias. Había más calidad. Hoy son buenos, pero corren demasiado sobre el ring”.

Camina hacia el multimueble y acaricia con viril ternura una foto de su hijo Yoelvis Gómez. “Tiene contrato en México, va boxeando bien”, cuando lo dice su rostro se bautiza de felicidad.

Toma unos guantes viejos que cuelgan junto a sus recuer­dos, y habla con el corazón de su carácter. “El deporte me lo dio todo. En las noches sueño que hablo con Stevenson, José Agui­lar y Adolfo Horta. No los olvido. Mis compañeros siempre están conmigo…”.

El boxeo de José Gómez fue una historia que se escribió a sí mismo y firmó el mejor final posible: el rival en la lona. “Oye”, señala al despedirnos en la calle entre rui­dos, gritos, y gente andando, “hace unos días alguien me ofendió aquí afuera, le di un palooooo…”.

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20 comentarios en José Gómez: Mis puños me hicieron leyenda

  1. “Ojalá las glorias del boxeo pu­diéramos hablar de nuestros resulta­dos. En las Eide o en el equipo nacio­nal eso se perdió”

    Antes de los Juegos Olímpicos de Moscú sufrí un accidente auto­movilístico. Choqué contra un poste. Tenía unos tragos encima”, expli­ca titubeando un poco, mientras su mentón descansa a media asta. “Me lastimé la pierna derecha”, se sube el pantalón mostrando una vieja y fea cicatriz cerca de la tibia.

    “Allá peleé casi en una sola pier­na. El surcoreano Mung Jan Bong me sofocó y ahí se complicó, pues en el segundo round lo mandé a la lona. El soviético Viktor Savchenko era un tanque. Lo ‘acaricié’ con mi golpe de conejo. Le metí tres conteos. Oro para Cuba. Solo un juez se hizo el loco en la votación”.

    Pura sinceridad, así es Cuba, bravo Gómez querida gloria del deporte cubano

  2. Inolvidable este hombre, todos gozamos de su boxeo, oro para cuba, ue grande fuiste Gómez, Cuba te adora, gracias Trabajadores, sigan así

  3. Un excelente peleador , disfrutaba sus pegadas .Una merecida entrevista esa gloria del deporte de los puños

  4. Stevenson, Mario Kindelán, Adolfo Horta entre otros engrandecen al boxeo cubano, José Gómez fue un fuera de serie, si boxeara ahora, no perdía con nadie, felicidades campeón tu pueblo y Cuba entera te saluda.

  5. Grande y de verdad, Stevenson fue el mejor, pero de esa generación José Gómez no fue segundo de nadie, es la verdad, ojalá que en Tokio el boxeo se inspire en esos ejemplos

  6. Leí el articulo me quedo con esto El boxeo de José Gómez fue una historia que se escribió a sí mismo y firmó el mejor final posible: el rival en la lona. “Oye”, señala al despedirnos en la calle entre rui­dos, gritos, y gente andando, “hace unos días alguien me ofendió aquí afuera, le di un palooooo…”

    cubano ciento por ciento

  7. Que me «perdonen los muertos de la felicidad», pero este artículo ha salvado está edición. Felicito a su autor: excelente técnica y pulso narrativo. Lo convido a que sigan «resocializando» a todas aquellas glorias que, a diferencia del miedo, han sido dejadas en las gavetas.

  8. “Gané los siete topes contra los americanos. Les di cada palo. Los profesores Sarbelio Fuentes y Alci­des Sagarra fueron padres para mí. Sus lecciones me sirvieron, inclu­so cuando rechacé dos cheques en blanco para pelear en el profesiona­lismo”, asevera llevándose la mano derecha al lado izquierdo del pecho.

    “Se habla mucho sobre mi pega­da”, persiste. “Los soviéticos lleva­ron al equipo nacional un aparato para medir la fuerza del golpeo. Fui el que más se acercó a Stevenson. Lo mío era natural, desde chamaco al que le daba un trastazo se caía”.

    Así de grande fue Gómez, lo ganó todo de verdad y ante tremendos boxeadores

  9. Me encanta el boxeo, también la pelota y la lucha, para mí los mejores deportes, me acuerdo de José Gómez, vi sus peleas en el Coliseo de la Ciudad Deportiva en los topes Cuba USA, nunca perdió iba al seguro, felicidades para el, un gran campeón, gracias a Trabajadores

  10. muchas glorias deportivas ha dado Cuba, el boxeo es uno de los deportes que mas triunfos ha dado, ahí están las medallas olimpicas y mundiales, Gómez fue un monstruo, no perdonaba sobre el ring, sino busquen para que vean, felicidades campeón, tu pueblo te recuerda

  11. Mis respetos para José Gómez, grande entre los grandes, sincero y valiente, así somos felicitaciones para el boxeo cubano, que siempre nos ha dado triunfos, gracias Trabajadores

  12. Después de Stevenson mi boxeador preferido, tenía una herradura en la mano, dio una pila de ko, mira que hemos tenido grandes boxeadores, pero Gómez fue de los mejores, gloria para usted campeón

  13. Viva este campeón del deporte cubano, el boxeo dando victorias siempre en Tokio será igual, gracias a Trabajadores por trabajos así, el deporte cubano palante

  14. Extraordinario boxeador, lo de la pegada increíble, recuerdo un tope contra los americanos le dio fuerte de verdad a uno que no recuerdo el nombre, también lo ganó todo, un grande Gómez, felicidades

  15. pegada y de la buena, Gómez fue de los mejores boxeadores en una etapa donde el boxeo tenía mucha calidad, felicidades campeón, gracias por tanta gloria

  16. Gomez hizo bibrar a CUBA muchas veces ,CUBA debe hacerlo bibrar a el y otros con una atencion priorizada ,para que la juventud no lo olviden y lo tomen como referencia.saludos.

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