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…el miedo lo dejamos en la gaveta… (+ Fotos)

Si no fuera por el odio mostrado aquel día en su breve deambular por calles de Cuba, por el cinismo mostrado, por la brutalidad e ig­nominia, las intentonas de subvertir el orden político y la tranquilidad nacional del do­mingo 11 de julio podrían catalogarse como una tontería más.

Foto: Estudios Revolución

Si solo hubieran imaginado la respuesta de los cubanos verdaderos, de seguro no hu­bieran existido tales tentativas. Y al hablar de los verdaderos, me refiero a los habitan­tes de La Güinera, de Cárdenas, de Diez de Octubre, por solo citar algún que otro lugar por donde ciertos manifestantes creyeron que triunfarían sus abyectas aspiraciones.

Los actos de reafirmación revoluciona­ria el sábado último en La Habana y otras muchas ciudades de Cuba demuestran que las ¿protestas? de aquel domingo infeliz solo sirvieron para acrecentar lo que ya es legen­dario en el mundo: la virilidad del pueblo cubano.

Al gran Teófilo era mejor no molestarlo ni buscarle las cosquillas; que nadie se em­peñara en ponerle el dedo —como nosotros decimos— porque en esos momentos sacaba sus mejores armas, su coraje y experiencia, su técnica y, no lo dude, el nocaut estaba cerca. Así veo a Cuba, como al gran cam­peón.

Foto: Joaquín Hernández Mena

Porque no anda con medias tintas y no cree un ápice en los que laceraron sus senti­mientos, ríe a mandíbula batiente, sin más­caras a pesar de las mascarillas. No quiere excesos, pero sí justicia revolucionaria con­tra quienes violentaron su tranquilidad y pretendieron retrotraerla a tiempos que no volverán.

Si algo bueno resultó, será el desenmas­caramiento de muchos, con cuyo verbo re­gado por redes sociales y sitios digitales del mundo —de seguro aprendido sin costo al­guno en una universidad cubana— tratan sin éxito de acoplar una crítica a nuestro Gobierno con un edulcorado gesto hacia la Administración enemiga, dicho sea de paso, la más beneficiada del más mínimo “desba­rajuste” en el país.

Foto: Alejandro Rodríguez Leiva

¿Que fueron 100 mil los asistentes al acto en La Habana? Yo sé que fueron millones los corazones que en toda esta geografía ratifi­caron junto a Raúl y a Díaz-Canel su amor por Cuba.

Al final del acto en la capitalina Piragua, la rumba, de lo más genuino del arte y la cul­tura nacional, subió al estrado y “plantó lo suyo, y a su forma”, al decir de alguien, sin nombre entre la muchedumbre, pero a quien creí como humilde trabajador, quizás obre­ro, al que —a no dudarlo— aguardaba en su casa un modesto almuerzo sabatino. Aún me resuena la melodía rumbera: tú me conoces/ oye mi timba/ yo no quiero bele bele/ el mie­do lo dejamos en la gaveta.

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