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Las muchas victorias de Sara González

Un hombre se levanta/ tempra­no en la mañana… cantaba en off, como portada sonora de unas aventuras televisivas, una suer­te de Silvio, más grave… (aunque bien oído se nota que tampoco era el timbre del cantautor). Cuando poco después, ella se “descubrió” en la pequeña pantalla, muchos conocieron a la intérprete: Sara González (1951-2012). Gorda, desaliñada, con unos dientes poderosos que parecían devorar el micrófono, y sobre todo, una personalidad escénica que remo­vía el estudio; una voz matizada, potente y muy bella; era la an­tidiva; exactamente lo contra­rio a la imagen que teníamos en esos años de la “estrella”. Era un nuevo concepto de la intérprete —que en otras latitudes habían personificado, por ejemplo, Janis Joplin o Mama Cass Elliot—, una visión, una versión radicalmente distinta del canto.

Integrante del Grupo de Ex­perimentación Sonora del Icaic primero, después acompañada por el grupo Guaicán, ella supo hacernos vibrar, temblar, inte­riorizar hasta la emoción (pro­funda, nada circunstancial) todo lo que cantó, desde piezas lati­noamericanas o de sus compañe­ros Silvio, Pablo, Noel, Amaury, Eduardo Ramos, hasta algunas propias que ya empezaba a com­poner. Entre esos primeros tra­bajos estuvo un excelente disco que no era, como la mayoría de las óperas primas, personal, sino musicalizaciones de textos mar­tianos, auspiciado por Casa de las Américas.

Cuando llegué a La Haba­na en 1976, aún adolescente, enseguida conocí a Sara, y fue madurando nuestra amistad porque, tras la excepcional in­térprete, descubrí algo mejor: un gran ser humano que podía darte un soberano escándalo y poco después abrazarte, reír y llorar contigo.

Ella fue protagonista de un tipo de canción épica, de multi­tudes, en la que sentó cátedra. Tras escucharla en La victoria, Su nombre es pueblo, A los que luchan toda la vida, ¿Qué dice usted?, y tantas más de ese cor­te, no se conciben otros intér­pretes para esas piezas.

Pero hay otra Sara —inti­mista, lírica, personal— que, por lo menos a mí, no me entu­siasma menos. Justamente por esa línea se encaminaron sus úl­timos CD, que hicieron recorri­dos por la autoría femenina en la canción cubana, desde María Teresa Vera hasta Lázara Riba­davia. Escucharla vocalizando Monte adentro (Pepe Ordaz), De otra manera (Vicente Feliú), Cantando al amor (suya), o los boleros de Marta Valdés, es casi tan rico como verla “soneando” (de lo cual da fe su CD Son de ayer y de hoy, cálido homenaje a sus —y nuestros— caros maes­tros en esa línea) o electrizán­donos con sus cantares políti­cos, pues cualquiera que fuera el género, siempre logró comu­nicar toda su ternura y belle­za interior, y constituyeron sus mayores victorias.

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