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Los hijos de Carlota

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Matanzas, 1991, acto central por el XXXVIII Aniversario del asalto al cuartel Moncada. | foto: www.fidelcastro.cu
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El pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de África. Los internacionalistas cubanos hicieron una contribución a la independencia, la libertad y la justicia en África que no tiene paralelo por los principios y el desinterés que la caracterizan.
Fragmento del discurso de Nelson Mandela, pronunciado el 26 de julio de 1991 en el acto central  por el 38 aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, celebrado en la provincia de Matanzas
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Viernes 10 de mayo/ 1991: Ahí es­tán los hombres y mujeres de don­de crece la palma. Los retoños de Carlota decididos esta vez a coro­nar la victoria de la esclava lucumí sublevada en el ingenio Triunvira­to, y sacrificada por los colonialis­tas españoles en 1844.

 

Toda la suerte echada con los pobres de la Tierra. Las botas y uniformes desgastados son refle­jo de los casi 16 años en que han custodiado los sueños de Neto para que Angola sea un solo pueblo de Cabinda hasta Cunene; Namibia gane la ansiada independencia y el apartheid reciba un tiro mortal en su corazón racista. Adiós al mito de la invencibilidad. En lo adelan­te los pueblos africanos también serán un poco más libres.

 

Tiempo de resumen

Los últimos días de misión des­piertan expectativas. La caravana de cierre entre Bengo y Luanda ha tomado todas las medidas de segu­ridad para evitar que el enemigo se gaste su mejor emboscada. Son 145 kilómetros por la carretera Pa­nafricana que atraviesa Angola de norte a sur y traspasa sus fronteras.

 

Despedida en Luanda a los internacionalistas cubanos. Foto: Pastor Batista Valdés

 

De nuevo el buen humor le gana el pulso al miedo. Al paso de los vehículos, pobladores agradecidos por tanta entrega desinteresada regalan vítores, sonrisas plenas, lágrimas que valen la pena, manos en señal de la V de victoria, justo el nombre de la operación final que marca el regreso de los internacio­nalistas cubanos.

Fortuna inmensa la de ser tes­tigos de estos momentos cruciales. Pero si estamos aquí es porque hubo Quifangondo, Sumbe, Qui­bala, Cangamba, Cuito Cuanavale, T’chipa, Donguena, Calueque…; y posición de principios en las con­versaciones de paz que culminaron con los acuerdos de Nueva York en diciembre de 1988.

Llegada al Puente de Barra Cuanza. Dicen que puentero no es cualquiera. Será porque hay que saber lidiar con la soledad, el peli­gro, la lejanía, la ansiedad, la sor­presa… También con los mosqui­tos. Debajo de los puentes toca más gorrión. Y estos muchachos res­ponden con madurez asombrosa.

El puerto capitalino está como nunca. Con todos los hierros tra­bajan los integrantes del batallón de reparaciones y evacuación de la Misión Militar Cubana en An­gola. Entra un medio de combate o transporte y cuando sale parece otro, nuevo. La técnica tiene que estar al máximo porque aún queda mucho que hacer en Cuba.

Nítidos se conservan en la mente los memorables días de Cui­to Cuanavale, la sabana calcinada del sudeste angolano donde, ante el hostigamiento de los cañones sudafricanos G-5 y G-6, sonó bien fuerte el ¡Patria o Muerte!, segui­do de una palabrota que asegura­ba vencer como única opción, para luego dar paso a una andanada de BM-21, mientras los MIG-23 por aire y los tanques T-55 en marcha potente por tierra hacían vibrar las hojas de los imbondeiros.

Tanto allí como en el flanco suroccidental los combatientes sintieron en todo momento una retaguardia segura: servicios mé­dicos de primera, cocineros como los mejores chefs, la prensa cuba­na llegando a tiempo a cada bri­gada, grupo táctico o agrupación, en persona y mediante los periódi­cos impresos en Cuba y en Angola, aunque para que esto último ocu­rriera los pilotos de helicópteros MI-8 tuvieran que hacer las mil y una piruetas.

Otra enseñanza ganada. La guerra demanda de proezas labo­rales. Cómo si no nombrar la cons­trucción del aeropuerto de Caha­ma en solo ¡70 días!, hecho que puso a nuestro alcance los objeti­vos vitales del enemigo.

La memoria retiene instantes felices en medio de la contienda. Quizás ninguno de más ternura que la de ver a Iacopo, el niño de ape­nas tres años, por la quimbería de Liambinga, con sus piececitos des­nudos empolvados y sus ojos brillo­sos rodar el juguete de lata y made­ra, regalo de soldados cubanos.

Y no faltan los días de dolor, sin iguales, cuando se trata del amigo caído. Entonces acompa­ñan los versos de Fernández Reta­mar: ¿Quién se murió por mí (…) /¿Quién recibió la bala mía,/ la para mí, en su corazón?/ ¿Sobre qué muerto estoy yo vivo (…).

 

Sábado 25 de mayo/ 1991/ 11:00 p.m.: La aeronave toca tie­rra. Laten intensos los corazones. Y todavía más cuando se corre la voz de que al pie de la escalerilla están Fidel y Raúl. El primero en descender es el Comandante de la Revolución Juan Almeida. El olor a hierba húmeda da la certeza. Los hijos de Carlota están en Cuba. ¡¡¡Cumplieron!!!

 

Otros rostros de la solidaridad

La colaboración cubana en África abarca áreas de la salud, la educación, la construcción y otras, en numerosas naciones de ese continente.

 

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